Carlos Gil. Cada
curso, intento explicar a mis alumnos las masas patrimoniales que
componen el balance de una empresa: activo, pasivo y patrimonio. Dos
lustros de experiencia docente me han hecho ver que no resulta tan
difícil entender qué significa cada una de ellas, sino la relación
que existe entre unas y otras.
Hace
un tiempo, me dí cuenta de que hay, además, ciertos paralelismos
entre esas masas patrimoniales y el papel que políticos y
expolíticos deberían jugar en sus partidos, y también en la
dificultad que entraña saber qué masa patrimonial corresponde, a
cada uno y en cada momento, dentro de su formación.
Siempre
he echado de menos un plan de formación, continuo, completo y
cohesionado, para los recién llegados a la política acerca de
qué se espera de ellos, el cual mejoraría, con total seguridad, la
eficacia y eficiencia de su labor. Pero no descarto que, visto lo
visto, sea más necesario formarnos en cual es el momento adecuado en
que hay que dar el paso de dejar la política activa. Por hacer
paralelismos, ¿podría alguien imaginar a Indurain corriendo el Tour
en 2016? ¿o a Pelé en la final del Mundial de Brasil 2014? Sería
una lástima que leyendas, como son estos dos grandes deportistas,
forzasen a alguien a pedirles su retirada por haberse convertido en
una carga para sus equipos.
Rita
Barberá merece ser recordada como una de las mejores alcaldesas, si
no la mejor, que ha tenido España en la historia de esta democracia.
El cambio experimentado por Valencia durante sus mandatos avala una
excepcional acción de gobierno con un resultado muy llamativo para
quienes tengan memoria suficiente para recordar qué y cómo era la
ciudad antes de 1991. Sin embargo, su imagen futura no quedará
enfocada por esa excepcional labor sino por su empecinamiento por no
querer ver abierta la puerta de salida. Es un ejemplo claro, no el
único, de un activo convertido en pasivo por no saber en qué
momento debía haber pasado a engrandecer el patrimonio del Partido
que ayudó a fundar.
La
política española está viviendo el resultado de la deriva
autodestructiva que los propios políticos adoptaron hace un tiempo,
con pedradas de ida y vuelta que han generado la sospecha indefinida,
el ridículo generalizado y la tensión improductiva hacia todo lo
que les rodea. De igual forma que un deportista, por competir, no
puede considerarse un presunto dopado, un político, por gestionar,
tampoco es un presunto corrupto. Las malas estrategias han llevado a
que la política haya dejado de ser la noble actividad pública que
fue antaño para convertirse en la principal causa de sospecha hacia
quienes la practicamos. Y es que sigue siendo cierto que una retirada
a tiempo es una gran victoria.
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