Susana Gisbert. Nunca
pensé que en pleno mes de diciembre, con los escaparates llenos de
espumillón y bolas de colores y la meninge martilleada por
villancicos, fuera a escribir sobre Fallas. Pero así es. Nobleza
obliga y, como fallera y valenciana no podía dejar de dedicar unas
líneas a ese hito que es para nuestras fiestas la declaración de
Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
Como
siempre, nunca llueve a gusto de todos –nunca mejor dicho, con la
que está cayendo por estos días- y, entre el jolgorio generalizado,
se han levantado voces críticas. Hay quien lleva el sentimiento
contrario a las Fallas hasta las últimas consecuencias y también
quien considera que ese tipo de declaraciones son una tontería. Y,
por supuesto, para gustos hay colores y no seré yo quien cuestiones
la libertad de expresión de nadie.
Pero lo
que sí es cierto es que este hecho es una buena ocasión de unir
nuestras voces para algo, y más para una muestra de alegría cuando
tan acostumbrados estamos a que Valencia protagonice las noticias con
hechos nada agradables. Y seríamos tontos si la desaprovecháramos.
Tenemos
una bonita ciudad, y unas hermosas fiestas que, además, dan de comer
a mucha gente. Unos pocos días en que todo se para y el mundo vuelve
los ojos hacia nuestra tierra. Así que es el momento idóneo de
ofrecer la mejor imagen posible, el mejor escaparate de unas gentes
estupendas.
Tampoco
es momento de comparaciones, de cuestionar por qué las Fallas sí y
cualquier otra fiesta no. Lo cortés no quita lo valiente, y que las
Fallas gocen de esta consideración no empece la belleza de otras
celebraciones.
Pero me
gustaría ir más allá. Las Fallas se han utilizado como arma
arrojadiza, como patrimonio de unos o de otros, que pretenden
hacerlas pasar por un evento con tintes de una u otra ideología.
Dejémonos de historias, las fiestas pertenecen a Valencia, no a
quien en cada momento la gobierne. Y además están vivas,
evolucionan con los tiempos como evoluciona nuestra misma vida. No
hay más que echar un vistazo a un programa de festejos o unas fotos
de hace años para ver esos cambios.
Es
momento de unirse y de acabar con estereotipos. Tanto es así que la
participación de las mujeres ha sido uno de los argumentos
esgrimidos para lograr esta distinción, algo que me gusta
especialmente, a pesar de que todavía queda quien mantiene que nos
relegan a un papel de florero. Y no señores. Soy fallera de toda la
vida y jamás me he sentido un florero.
Así
que vamos adelante. Las fallas serán lo que queramos que sean. Pero
son nuestro patrimonio, el de la gente de Valencia, falleros o no. Y
ahora, también son patrimonio de la humanidad.
Por
eso, hoy, como valenciana y como fallera, no puedo estar más que
contenta y orgullosa. Y proclamarlo a los cuatro vientos. Aunque sea
diciembre.
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