Antonino Muñoz./EPDAEl presidente Pedro Sánchez, durante años, fue una de las voces más duras contra la corrupción política, especialmente cuando está afectaba a sus rivales del Partido Popular. Repetía con insistencia frases contundentes como: "El problema del PP son sus dirigentes, no sus militantes. Tenemos un presidente desbordado y asediado por la corrupción". Sánchez exigía entonces responsabilidades inmediatas, transparencia absoluta y acciones contundentes que fuesen más allá de pedir disculpas.
Sin embargo, en la actualidad, con el estallido del escándalo conocido como "caso Cerdán", el presidente se enfrenta a la misma realidad que él criticaba. La trama, que sacude al Partido Socialista y salpica directamente a figuras clave cercanas a Sánchez, pone en evidencia que aquellas firmes declaraciones ahora lo colocan ante un espejo incómodo.
El discurso del presidente ha cambiado notablemente. De aquella contundencia exigida al adversario se ha pasado a la matización. Sánchez, en sus recientes intervenciones, ha expresado: "Quiero pedir disculpas a la ciudadanía, porque el Partido Socialista y yo como secretario general del PSOE no debimos confiar en él". Aunque importante, su declaración queda lejos de aquella exigencia que lanzaba en 2017: "Además de pedir perdón y devolver lo robado ¿Quién asumirá responsabilidades?".
Su propia frase, "No basta con pedir perdón. Hay que reaccionar", debería resonar ahora más fuerte que nunca dentro del PSOE. Sánchez afirmó recientemente que "no existe la corrupción cero", pero subrayó la necesidad de "tolerancia cero" hacia estos casos. Sin embargo, la reacción todavía parece insuficiente frente a la gravedad de las acusaciones y las ramificaciones del caso.
Es precisamente este contraste el que genera frustración y desconfianza entre la ciudadanía. La lucha contra la corrupción no admite matices ni depende del color político. La credibilidad del líder que en el pasado exigía "responsabilidades" y calificaba a Mariano Rajoy como "un presidente asediado por la corrupción" ahora se tambalea al enfrentar su propia crisis interna.
Hoy, Pedro Sánchez tiene la obligación moral de aplicar la misma severidad que exigió durante años al PP. Solo actuando así podrá recuperar una parte de la confianza ciudadana, ahora gravemente dañada por una realidad que contradice abiertamente sus propias palabras. Queda ahora por ver cómo reaccionan sus socios de gobierno y aliados parlamentarios, quienes tienen en sus manos la continuidad política del presidente, y si decidirán mantener su apoyo o exigirán responsabilidades más profundas.
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