Susana Gisbert. /EPDAHay personas que pasan por nuestras vidas y ni nos rozan, y otras que se incrustan en nuestro disco duro y permanecen ahí, pase lo que pase. Son esas las que valen la pena, y de ellas de las que quería hablar. O, mejor dicho, de una en concreto. Una persona muy querida que nos ha dejado estos días sin previo aviso y dejando desolada a toda la gente por cuya vida había pasado.
Carlos era mi cuñado, un término denostado en muchas partes y que él engrandecía. Pero era mucho más. Tanto, que le escogí entre todas las personas del mundo para ser el padrino de mi hija. Y ni ella, ni yo ni nadie de quienes le queríamos podemos creer todavía que se haya marchado.
Se nos ha ido una persona buena, que es mucho más que una buena persona. Se ha ido el compañero de vida, el padre, el hermano, el abuelo, el amigo. Se ha ido el gran conversador, el que siempre tiene una respuesta preparada y un chiste en la recámara. Se ha ido el viajero, la persona para la que el mundo nunca era demasiado grande para dejar un rincón sin explorar. Se ha ido el amante de la música y la literatura, el que siempre tenía una melodía en la cabeza y un libro en la maleta. Se ha ido aquel que parecía que iba a estar siempre.
Y os lo cuento a través de esta ventana al mundo porque necesitaba compartirlo. Porque quienes le conocíais sabéis muy bien de lo que estoy hablando, y quienes no le conocíais merecéis la oportunidad de conocerlo, aunque sea a través de estas líneas. Porque un ser humano de esta categoría es difícil de encontrar.
Le imagino, allá donde esté, dirigiendo esa orquesta que tantas veces dirigió en sueños, cantando cada vez que su querido orfeón interprete un tema, haciendo reír a todo el mundo con ese humor tan especial que era su marca de fábrica, explorando cada trozo de ese Más allá al que van las grandes personas.
Lo que me cuesta, sin embargo, es imaginar la vida sin poder verle a nuestro lado. Y no digo que no imagino la vida sin él, porque la vida nunca será sin él. Forma parte de nuestros recuerdos y de nuestras vidas para siempre. Y seguirá ahí siempre, porque vive en cada una de las personas que nos acordaremos de él. Y somos tantas, y tantas, que seguirá viviendo eternamente en cada uno y cada una de nosotras. Para siempre.
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