Chelo Poveda Las frutas y las verduras tienen un embalaje natural del que parece que los grandes productores y supermercados se han olvidado: su piel, su corteza. Este hecho, que las organizaciones medioambientales y muchas personas hemos denunciado con las campañas "desnuda la fruta", es una de las grandes muestras de porqué desde las instituciones se deben regular algunos aspectos del mercado. Nuestro sistema de producción, distribución y comercialización de alimentos es ineficaz y eso está íntimamente relacionado con una imagen de los alimentos que la industria ha favorecido: los alimentos tienen que ser perfectos y estar embalados en plástico para que parezcan bien conservados.
En vez de ajustar mejor la producción a las necesidades sociales se ha preferido provocar ciertas necesidades para así dar salida a la producción. Por ello encontramos verduras y frutas importadas desde países lejanos cuando en nuestro país no podemos producirlos de temporada, o incluso, como en el caso de la naranja, porque en otros países las producen más baratas. Todo esto lo que implica es una sospecha del consumidor tapada a base de plástico. Por otro lado, esto produce un exceso de producción alimentaria que acaba en los contenedores en todos los momentos de la producción, comercialización y utilización final.
Pues, así las cosas, el empaquetado en plástico de las frutas y verduras tocará a su fin en 2023. El horizonte ecologista que planteamos exige medidas que introduzcan criterios medioambientalmente eficaces y, sobre todo, medidas que combatan la ineficacia y el exceso de residuos. Por ello, las frutas y las verduras, que no necesitan de plástico alguno para conservarse en buenas condiciones, deben comercializarse sin él, a granel. Todo aquel residuo que se pueda evitar, se debe evitar.
Y esto es el comienzo de un cambio de paradigma: hasta ahora nos decían que reciclásemos, que fuéramos consumidores responsables y exigentes. Nos hablaban de la responsabilidad individual, y es cierto debemos ser responsables, sin embargo, implantar este tipo de medidas que van al tuétano del mercado (y del problema) nos hablan desde otro prisma: la responsabilidad colectiva, social y gubernamental. Cuidar el medio ambiente exige el compromiso individual y colectivo y por ello son necesarios gobiernos que valientemente se atrevan a frenar las dinámicas destructivas y contaminantes del mercado y regulen en favor de la conservación de la vida natural y la vida humana. En el camino nos encontramos andando, y poco a poco, con la profundización de la política medioambiental, encontraremos menos plásticos y más verde en ese camino, ese verde que tanto le gustaba a Lorca.
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