Rafael Escrig.
Muchas
de las cosas que escribo están llenas de preguntas. Son preguntas
retóricas. Son esas preguntas que uno se hace sin esperar una
respuesta concreta, más bien, como remachando el discurso
o buscando la anuencia del lector, su confirmación. Esta tarde se me
ha ocurrido lanzar al aire una pregunta difícil: ¿Cuáles son los
cinco problemas más graves de la humanidad y en qué orden se
deberían resolver? Esto ya no es una pregunta retórica; no tengo la
contestación. Tampoco espero que la tengan ustedes. Supongo que
muchas de las respuestas serán igual de urgentes, igual de
flagrantes. Veo pasar a una mujer cargada con dos bombonas de agua.
¿Será el agua lo que la humanidad necesite en primer lugar?
Pasa por mi lado una chica rubia, guapa, de unos dieciséis años,
lleva el pelo largo recogido en una trenza, va en una silla de
ruedas que arrastra su madre. ¿Serán los accidentes de tráfico,
las enfermedades hereditarias, o la lucha contra el cáncer, lo que
la humanidad necesite solucionar en primer lugar? Todavía tengo
frescas las noticias del último telediario: la guerra, el
terrorismo salvaje, la intolerancia. ¿Será esto lo primero que
tengamos que solucionar? ¿Será el hambre, las desigualdades
sociales, el odio religioso? ¿Qué piensan ustedes? Todo es
terriblemente trágico y sólo es una parte de las desgracias
que nos rodean. También podemos asomarnos al problema de
las drogas, a la violencia de género, a la pedofilia, al
proxenetismo.
¿Será
todo una cuestión cultural?, pero ¿y el abuso de poder? ¿Y la
corrupción política? ¿Y las mafias internacionales que
tienen en sus manos el tráfico de drogas, de armas y de las
personas? La falta de ética y una conciencia absolutamente
relajada es la tónica general en todo el mundo. Lo mismo en las
sociedades occidentales que en el tercer mundo. Hoy en día el robo,
el fraude, la corrupción y todas las actitudes derivadas del poder
están instaladas en la inmensa mayoría de los países.
Parece
que tendré un nieto este verano y pienso con él, también con mis
hijos. Todos pensamos en qué mundo vamos a dejar a nuestros hijos,
qué mundo van a heredar las generaciones futuras. Lo pienso y me doy
cuenta de que esto sí es una pregunta retórica que se contesta por
sí sola: Vamos a dejar un mundo, a lo sumo, igual que el que
tenemos. No tengo esperanzas de que mejore. Es la condición humana
la que hace de este mundo lo que es, aunque siempre podemos
dejar de pensar o, al menos, no hacernos más preguntas retóricas.
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