Juan Vicente Yago Grita como un poseso, aunque no sea pedagógico; profiere
alaridos, aunque luego tengas que ir al ambulatorio a que te den un Diazepam,
un Tranxilium o lo que sea; cede a las presiones de los padres irresponsables,
de los padres dimisionarios, que prefieren mala educación a cargo de otros que
buena si ha de pasar por ellos; plégate a los desatinos de la dirección cobarde,
que ha perdido el norte a causa del cataclismo demográfico, que bebe los
vientos por llevarse un alumno a la ratio, que olvida sus principios con tal de
no despertar susceptibilidades y vive confundida por la espesa niebla de sus
miedos.
Abandona tu criterio y adopta el de la mayoría: perderás en equilibrio
psicológico, perderás en autoestima, pero te sentirás aceptado, que será
engarfiar sin esfuerzo el chilindrón existencial. Consiente humillaciones,
tolera insolencias, ponte la gorra de bufón y contempla, mientras te desgañitas,
la sonrisilla contumaz, palurda y burlona del gaznápiro de turno.
Saborea tu
nueva condición de profesor moderno, de auténtico pelele; vomita chillidos como
trapos y ladridos como estopas, da golpes en la mesa, enrojece de impotencia y
cólera, saca los ojos de sus órbitas, deja suelto un tic o dos, pierde los
papeles tan lamentablemente como puedas, degrádate a conciencia, tiembla, patea,
echa espumarajos, descoyúntate y alcanza, en las etapas que haga falta, la
completa postración profesional.
Serás un profesor deleznable, un erudito del
grito, un enano de la corte, pero no pasará nada porque nos dirigimos, a pasos
agigantados, hacia la distopía social en que manda el que más grita. Sé una
piña con tus compañeros; pero no una piña entendida como unidad estratégica,
coincidencia en las metas y verdadero corporativismo, sino una piña superficial,
un apelmazamiento humano sin rumbo definido. Tú no pienses y grita; no hagas
frente a nada, no contradigas a nadie, no registres ninguna incidencia, no te
hagas notar; no seas una china en el zapato del colegio, que bastante
aterrorizado está; disimula, pasa desapercibido, evita las críticas; dedícate a
gritar y a resistir como puedas en clase.
No pidas ayuda que se te verá el
plumero; no digas la verdad porque será cuestionada; no pongas el dedo en la
llaga, que te pierdes, que pierdes la oscilante reputación del centro —construida
sobre los traidores cimientos de la pusilanimidad—, que lo pones todo en el
disparadero, que ahuyentas a los «clientes».
Aúlla, vocifera, desarráigate los
pelos, mésate la barba, muérdete la lengua y ponte una coraza, pero por favor,
te lo ruego, te lo suplico, suspende sólo a los más débiles, a los que sepas
que no protestarán. Haz todo esto si puedes y alcanzarás la cima del
gregarismo. En cuanto a mí, no tengo la más mínima intención de lograrlo.
*Puedes comentar tus opiniones al autor de este artículo, Juan Vicente Yago, escribiéndole a su correo: juviyama@hotmail.com
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