VICENTE J. GARCÍA NEBOT Hermanos: seguramente, después de
este mes de agosto con comidas, cenas y saraos con vuestros grupos de amigos o
incluso con familiares, ya estaréis dispuestos a que nos confinen a todos de
nuevo en cualquier momento. Es lógico, somos mediterráneos y necesitamos el
contacto social y, sobre todo, nos encanta pasarnos por el forro las
recomendaciones de las autoridades sanitarias y de las otras.
Si el tope para reuniones de este
tipo son 10 personas ¿Por qué no reunirnos 12? Si total por dos más no va a
pasar nada y nadie tiene porqué enterarse. Somos así y es lo que hay.
Ahora bien, con la vuelta al cole
de los niños hay que ser muy estrictos. Con el peligro que hay no deberíamos
meterlos en esa olla a presión de virus que son los colegios. Corremos el
peligro de que, a los 14 días de empezadas las clases, a mediados de
septiembre, estemos todos cerrados en casa con coronavirus hasta las cejas y
sin la posibilidad de que un champú nos lo quite de encima, como pasa con los piojos
cuando entran en una clase.
Por eso yo recomiendo que las
clases se den en las terrazas de los bares. Ya que, como hemos visto este
verano, son sitios en los que guardando las distancias de seguridad entre mesas
y grupos de 10 como máximo, es posible quitarse la mascarilla con toda
tranquilidad sin que pase nada. Eso si siempre que el camarero (en este caso el
profesor) lleve mascarilla.
Para los que opten por la
educación nocturna, siempre caben las discotecas donde se pueden seguir las
mismas pautas, pero sin bailar ni “El corro de la patata”.
En fin, que para unas cosas somos
muy estrictos y para otras nos relajamos muchísimo.
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