Susana GisbertSi hace año y medio una pitonisa hubiera vaticinado lo que se avecinaba, la hubieran tomado por chalada. Y no solo eso. La hubieran llamado estafadora, alarmista, impostora o todo ello a la vez. Si nos dicen que un bicho microscópico iba a parar el mundo durante más de un año, nadie lo hubiera creído.
Y voy más lejos. Si a alguien en Valencia le hubieran insinuado que las fallas iban a suspenderse, nos habríamos indignado. A la hoguera con esa gente que no sabe qué hacer para cargarse las Fallas.
Pero nuestra pitonisa imaginaria acertó. Y no fue ya un año sino dos los que el maldito virus nos ha privado de nuestras fiestas, que son mucho más que unas fiestas.
La verdad es que yo nunca habría imaginado que soportaría un mes de marzo sin fallas. Como no pensé que soportaría tantos días encerrada, ni salir a la calle con mascarilla, ni vivir con la mirada puesta en la próxima comparecencia del presidente a ver qué nos dejan hacer, o, mejor dicho, qué no nos prohíben. A mí, que jamás me pusieron hora de regreso a casa -ni yo a mis hijas- ahora me la pone el gobierno. Y hasta eso he asumido.
Las fallas fueron un símbolo, una señal de que, si las suspendían, lo que ocurría era muy gordo. Y lo era. Mucho más aún de lo que pensábamos cuando, en nuestra inocencia, nos imaginábamos saliendo a la calle de aquel primer encierro con los brazos abiertos para dar los abrazos pendientes y dispuestos a resarcirnos en pocos meses celebrando todo lo que estaba pendiente.
Ha pasado más de un año y aún está pendiente. La lista del “debe” se acrecienta conforme se aminora la del “haber”. Lo peor, las vidas de tantas y tantas personas que ya no volverán, aunque hay más cosas terribles como negocios arruinados, enfermedad y pobreza. Puede que, al lado de esto, haya quien piense que lo de unas fiestas más o menos es baladí. Pero, como dije antes, no eran más que una metáfora de lo que había que pasar. De lo que todavía está pasando.
Valencia ha sobrevivido sin monumentos falleros en la calle, sin petardos, ni verbenas, ni ofrendas de flores. La ciudad ya no olía a pólvora y buñuelos y hasta el tiempo se puso tan triste que dejó caer una lluvia persistente. Una lluvia en Fallas que, en otro momento, hubiéramos vivido como la peor de las tragedias y que ahora hasta se agradecía.
Hemos sobrevivido a este marzo sin fallas. El siguiente, queremos vivirlo
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