Una escabechina es lo que parece que ha hecho Pablo
Casado con las listas del Partido Popular al Congreso y al Senado para los
próximos comicios del 28 de abril. Una escabechina de la que el flamante líder
provincial del PP, el segorbino Miguel Barrachina, no ha salido muy bien
parado. Miguel Barrachina se encontraba muy cómodo en su escaño de la Carrera
de San Jerónimo, pero desde ese lugar privilegiado calculó mal su estrategia. Y
eso que es un experto en sobrevivir a guerras internas y luchas partidistas,
pero en esta ocasión jugó mal sus cartas. Apoyó a Soraya Sáenz de Santamaría y
ahora está recibiendo la penitencia por ese pecado. De ser el número uno al
Congreso de los Diputados por el Partido Popular, a tener que buscarle un
hueco, presumiblemente, en las listas a las Cortes Valencianas. Un puesto que
para cualquier otro sería sin duda un honor, pero que para él, viniendo de
donde viene y con las aspiraciones que tenía, suena a premio de consolación.
Ayer lo decía su compañera y candidata a la alcaldía
de Castellón Begoña Carrasco, que calificaba de “renovación” la designación de
Óscar Clavell como cabeza de lista al Congreso por el Partido Popular. Sí,
Óscar Clavell, el de los muertos falsos, el de las falsedades como la Catedral
de Burgos, el de esas y otras falsedades. Esa es la renovación del PP. Qué
desesperados deben estar y qué poco banquillo deben tener cuando tienen que
recurrir a estos fichajes. Pero esto es otra historia, volvamos a Barrachina.
Era Begoña Carrasco la que, a preguntas de los periodistas, bromeaba con la
rima escabechina-Barrachina. Una anécdota que deja entrever la caída en picado
del otrora indiscutido líder provincial. Y es que ahora Miguel no tiene quien
le avale. Ya no está Zaplana, su gran mentor, ni tampoco está Carlos Fabra, que
mejor obviemos los calificativos que le dedicó en su último libro; pero tampoco
puede contar con Javier Moliner, el Presidente de la Diputación que ha decidido
abandonar la política. Barrachina se ha quedado solo, sin nadie de peso
orgánico que lo sustente, y en esas circunstancias decidió jugar una baza que
ha resultado letal para sus aspiraciones políticas: hacerse sorayista.
No es que el hombre sea un moderado dentro del
Partido Popular, más bien todo lo contrario. Por su pensamiento y,
principalmente, por sus actos, se le puede situar en el sector más conservador
de un Partido Popular escorado a la derecha. Apuntarse al sorayismo quizás fue
simplemente una estrategia para arrimarse a un caballo supuestamente ganador
con el fin de mantener sus prebendas. Lo cierto es que erró el tiro y de aquel
proceso salió triunfador un Pablo Casado que está llevando al PP al extremo más
extremo de las derechas y a coquetear abiertamente con la extrema derecha.
Ideológicamente Miguel Barrachina coincide más con ese PP de Pablo Casado que
con lo que representaba Soraya, pero su decisión de apoyar a esta última no se
olvida. Ya conocemos aquella vieja sentencia latina de “Roma no paga a
traidores” que parece que Casado está aplicando de forma inapelable. Barrachina
está en sus horas más bajas, ya no lo quieren por Madrid. Nos lo mandan de
vuelta a casa, pero aquí tampoco tiene mucho encaje. Descartada una candidatura
a la Alcaldía de Segorbe, que parece que a él le sabía a poco, la Diputación
tampoco parece que es su destino. Por primera vez en muchos años hay
expectativas reales de que el PP pierda el gobierno de esta institución y no
parece que Miguel esté dispuesto a volver a un lugar de donde salió aspirando a
más altos vuelos, mucho menos si hay serias posibilidades de estar en la
oposición. Solo le quedan las Cortes Valencianas, su premio de consolación, lo
único que le han dejado sus compañeros y, por lo que se ve, su próximo destino.
Difícil lo tienen los dirigentes del PP para
justificar que su nombre aparezca en la papeleta a las Cortes Valencianas
porque no le queda otro hueco que ocupar. Qué diferencia con la candidatura del
PSPV-PSOE por la Provincia de Castellón encabezada por Ximo Puig. Una, la
socialista, liderada por una persona que aspira a revalidar la presidencia a la
Generalitat Valenciana; la otra, la popular, encabezada por una persona que no
tiene otro sitio donde esconderse.
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