Susana Gisbert. /EPDAEstas
Navidades he visto, como tantas otras, Qué
bello es vivir, la
película navideña por excelencia que este año cumple setenta años.
Y sí, he vuelto a llorar. No hay modo de que George Bailey y el
torpe ángel Clarence me sean indiferentes, por más años que pasen.
Me
temo que no soy la única. Fue comentarlo en redes sociales y caer un
aluvión de comentarios acerca de la ternura que les causa la
película, pese a los años transcurridos y las veces que la hemos
visto. De ellos, tal vez mi preferido el de una amiga que cuenta que
vio el filme por vez primera cuando abandonó su país natal, siendo
una niña, en el cine del trasatlántico que le traía a España.
Todo un símbolo de ese volver a empezar que representa la película.
Y que tanta falta hace estos días y en estos tiempos.
Invito
a quien quiera a participar en un juego. Hagamos lo mismo que el
ángel hacía con aquel desesperado James Stewart e imaginemos cómo
habría sido la vida si no hubiéramos nacido. Sin miedo.
Lo
primero sería lo obvio. Sin nuestro nacimiento, jamás habrían
existido nuestras hijas e hijos. Y, por supuesto, nada de lo que
hayan conseguido habría sido posible.
Pero
no solo eso. Seguro que, si escarbamos bien en nuestra memoria, algo
de lo que hayamos hecho, alguna decisión que hayamos tomado o alguna
tarea en la que hayamos participado ha sido importante para otra
persona. Tal vez, si no hubiéramos dado clase a aquel grupo de
niñas, no hubiéramos despertado la afición por la ciencia de
alguna de las investigadoras que dio con la vacuna para el COVID
O,
si no hubiéramos vendido ese primer kit de construcción, nunca
hubiera estudiado arquitectura quien construyó importantes
edificios.
Si
no hubiéramos escuchado a aquella amiga, nunca hubiera denunciado a
su pareja y quizás hoy lloraríamos su muerte.
Y
así, una vez y otra, hasta el infinito y más allá. Todo el mundo
ha hecho algo, aun sin saberlo, que puede haber cambiado las vidas de
otras personas. Y eso no podemos, ni debemos, perderlo de vista.
Probemos
a pensar que la frase que da título a la película es más que una
frase. Que si somos capaces de verla -y llorarla- una y otra vez es
porque siempre tiene algo nuevo que decirnos. Y que, a pesar de los
pesares, vivir es bello. Mucho más de lo que a veces pensamos.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia