“Si ja ho tèns, per què no continuar”. Esta frase la profería Ximo, un joven agricultor de Meliana, en una reciente conversación con el conseller precisamente de Agricultura, Miguel Barrachina. Lo hacía en una visita a plantaciones de tomate rosado, uno de los múltiples productos que crecen con vigor en la huerta valenciana.
Su pensamiento concuerda con el de sus compañeros de oficio y edad Miquel y Vicent; no obstante, por desgracia no coincide con el de la mayoría de propietarios de tierras, ni con el de otras muchas personas que, sin poseer campos heredados de sus antepasados –al contrario que Ximo, que sí los tiene- podrían perfectamente dedicarse a la agricultura.
Una labor básica, esencial, no encuentra quien la cultive, en toda la extensión de la palabra. Contrasta ese hecho con el carácter fundamental de su resultado, con la imperiosa necesidad de alimentarse de fruta, verdura, hortalizas para vivir. “Nos encontramos ante una carrera de obstáculos para ver cuándo la gente abandona”, lamentaba en ese encuentro el conseller citado, que ha lanzado un programa para incentivar la agricultura entre jóvenes –y no tanto, porque llegan las ayudas hasta los 55 años- con el objetivo de reclutar a más profesionales.
Porque en la práctica esos 55 años reflejan juventud en un sector que, como explicaba el presidente de la Asociación Valenciana de Agricultores (AVA), Cristóbal Aguado, en una reciente entrevista en este periódico, alcanza una media de edad de 65 años. Esto significa que muchos se hallan entre los 70 y los 80. Y no encuentran relevo.
“Es un oficio criminalizado, como la ganadería o la pesca”, insistía en lamentar Barrachina. Esa apreciación me recordó a otra, también realizada en las páginas de nuestro periódico, del secretario autonómico de Turismo, José Manuel Camarero, cuando hacía hincapié en que la mala fama salarial que arrastra la hostelería provoca que falten profesionales. Que obedece a una situación que no coincide con la realidad. Y para que haya bares y restaurantes abiertos –cada vez existen más aperturas- hacen falta cocineros y camareros.
Y esos restaurantes necesitan de productos que ofrecer, de nutrientes básicos. Cierto que cada vez apuestan más por lo que se ya se ha extendido con la denominación de kilómetro 0; es decir, de servir alimentos del terreno; no obstante, no resulta suficiente. Como insiste Cristóbal Aguado, perfecto conocedor del campo valenciano por sus 28 años al frente de AVA, “si en la Comunitat Valenciana nos concienciáramos para consumir productos propios todo se revalorizaría mucho”.
Desde luego, y constituiría un motivo más para animar a trabajar en el campo por obtener mayor rédito económico que en la actualidad. De lo contrario, de continuar con el abandono del agro, nuestra sociedad dependerá cada vez más de importaciones de lugares diversos y lejanos. Y en tiempos convulsos, de conflictos bélicos y arancelarios, ser autosuficiente constituye una cuestión no solamente estratégica, sino vital.
A esos factores de rentabilidad y pervivencia sumaría otro emocional o vocacional. Nunca olvidaré la frase con la que me regaló el pintor Peris Aragó, hijo predilecto de Alboraya y una eminencia en su materia. En una entrevista le pregunté por el mérito de su obra y lo rechazó de plano. “La labor que de verdad resulta meritoria es la del agricultor, que consigue que una tierra baldía dé sus frutos”, me respondió. Toda una lección de lógica y reconocimiento.
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