José Salvador Murgui. FOTO EPDA Querido Dámaso:
He dejado pasar un
día, unas horas. Ya son ochenta los muertos en el accidente del tren en
Santiago. Angustia, desesperación, impotencia, son los ingredientes de un nuevo
drama que ha conmocionado al mundo entero.
El conductor
maquinista del tren siniestrado admitió ir a 190 kilómetros por hora en una
curva cuya limitación era a 80. ¡Pobre hombre! ¡Qué recuerdo, qué mal trago!
Quiero ser generoso y sincero, pero me pregunto: ¿Por qué? Sí, por qué pasan estas cosas.
Muchas de las
personas que ocupaban los asientos del tren iban a dar el abrazo al patrón de
España el día de la fiesta, otros iban de viaje, otros a encontrarse con sus
seres queridos, otros y
otros… yo mismo hubiera
podido ir en el tren. Lo cierto es que nadie escapa de la muerte. Día de luto, día de corbatas negras,
día de discursos, de minutos de silencio, de condolencias.
Día de Santiago Apóstol,
catedral silenciosa, final de responso, el Botafumeiro no se ha puesto en
marcha, estaba apagado, día para
la reflexión, para que el dolor propio y ajeno aflore dentro de nuestro
sentimiento, día que unos olvidaremos antes y otros no olvidarán jamás. Pero
ante tanto dolor, ante tanta desesperación, ante tanta impotencia, ¿Qué
decimos? Nada. Todos somos
culpables. Es el tributo tan alto que estamos pagando al progreso. Es el
tributo de nuestra vida.
Mientras tanto la
angustia se apodera, los gritos de dolor
aterran los medios de comunicación, las personas lloramos la espera de
las familias afectadas y los parches calientes son el foro innecesario para
lanzar consejos y actitudes que nos librarán de este tipo de tragedias. Hoy es
aquí, mañana es allá, y no podemos bajar la guardia.
Los creyentes
tenemos la esperanza de un encuentro con Dios Padre, Dios eterno en el más
allá. Los agnósticos, siempre les queda una duda; los ateos, ellos sabrán lo que
esperan. Respeto a todos. Si los
creyentes en el más allá deseamos el encuentro y abrazo con el Padre, hoy esos
peregrinos del Camino de Santiago, espero que ya lo hayan recibido. Los otros, los que no saben lo que
esperan o en que se van a encontrar, deseo de corazón que encuentren la
verdadera paz de haber llevado una vida cargada de amor. San Francisco de Asís
en el Cántico de las criaturas nos decía: “loado seas mi Señor, por nuestra
hermana la muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar”…
Loado seas Apóstol
Santiago, hoy nos has enseñado que en tu día grande, la hermana muerte nos ha
acompañado. Día de dolor. ¿Cuánta
gente que hace ese camino que lleva tu nombre hoy habrá sentido en sus carnes
el peso de la vida y de la muerte?
A mí estas muertes inocentes, como otras muchas de muchos atentados inservibles, me hacen
ser más fuerte en mi fe, más convicto en mis creencias y más crítico con el
mundo.
El dolor es
frustración, la muerte es victoria, pero el mundo como mundo cada día me decepciona más. El mundo es
de las mujeres y de los hombres, y
donde hay hombres y mujeres hay pecado. Hay abandono; hay bondad y hay
maldad. No calibramos los males
que los humanos involuntariamente somos capaces de acarrear a la sociedad.
Estos males, los llamamos accidentes, siniestros, tragedias, y hasta en
ocasiones atentados. Los periódicos ya buscan paralelismo entre siniestros
ocurridos. Pero nadie, nadie, es capaz de culpar a una sociedad indignada,
estresada, impaciente, corrupta y abandonada de los males que afectan al mundo.
El Papa Francisco
desde Brasil ha rezado por los muertos,
por sus familias, por los daños del accidente, pero también desde Brasil avala la lucha de los
INDIGNADOS. Seguramente el Santo
Padre también es un indignado. La paz del mundo está muy perturbada, la
sociedad muy corrompida, los Gobiernos muy desgastados, los pueblos muy
castigados, y el mundo muy apagado.
Dámaso, que se
encienda una luz de la esperanza, que estas muertes inocentes nos hagan tomar
conciencia del papel que cada uno tenemos en la sociedad, y que para siempre
las alarmas de los accidentes, sirvan para unir vidas, jamás para alejarlas, y
que estas desgracias de verdad sean accidentes y nunca sean atentados. Las
vidas humanas son sagradas. Descansen en paz.
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