Fila para entrar al supermercado en la playa de Canet. /ANGIE MELERO
Angie Melero, periodista, escritora y actriz. /EPDA—Lucía: a ver si consigo comprar rápido un melón y los helados porque Kevin está con el antojo. Pero, ¡no veas!, a las 8.50 de la mañana ya hay fila para entrar al súper. Veinte personas, al menos, antes de que levanten el cierre metálico.
—Marisa: ¡qué me estás contando! Ayer fui a las 12, con la calor, y ya no quedaba nada de lo que quería. La pescadería, abarrotada; la fila para la carne, ni te cuento, y menos mal que la comida de hoy ya la dejé preparada anoche para bajar pronto a la playa y pillar segunda o tercera fila. Y tu Vicente ¿qué? ¿no te acompaña hoy?
—Lucía: no. Vicen quería acercarse a comprar el periódico y el pan a la gasolinera, que también se forma una fila de 10 en fondo. Y mientras tanto, su amigo Carlos le guarda sitio en el puesto de churros, allí al lado. Hay otras 10 o 20 personas esperando a las 8 de la mañana. ¡Ya les vale!, que van a rodar un día de éstos porque entre las porras que zampan, y que no se levantan de la hamaca…! Mare meua. Jajaja.
—Angie: si, mejor ríete. A mí, algunas veces, me dan ganas de eso pero solo lo pienso. Y otras estoy en un punto que a todo me apunto. No sé si elegir la fila del chocolate con churros o sentarme en la heladería nueva de la esquina y meterme un gelato italiano entre pecho y espalda. ¡Y que me quiten lo bailao!. ¿Quién es el último para la pescadería?
—Marisa: ¡bueeeno!, acepto helado, pero mañana, a las 7 de la mañana, hacemos 4 kilómetros en vez de 3. jajajaja.
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