Alfonso Felip /EPDADurante décadas, el término de Castelló y el de toda La Plana han estado rodeados de huertos de naranjas cuya explotación y cultivo eran beneficiosos para nuestra economía y, a la vez, para mantener el cinturón verde.
Era bueno para toda la industria ya que generaba mano de obra el tener en producción hortofrutícola miles de hanegadas. Muchas eran las personas que se necesitaban para las diferentes labores de cuidado de los huertos y posterior recolección así como un gran número de empresas que se dedicaban a recoger, comercializar e incluso exportar las naranjas al resto de España, Europa o cualquier parte del mundo.
Era una época en la que la administración facilitaba --o al menos no se interponía-- para que este negocio funcionase. Para contratar al personal bastaba con presentarse por la tarde en bares o locales conocidos por todos para “llogarse” para el día siguiente. La contratación no tenía ningún trámite administrativo ni coste. Solamente bastaba con un apretón de manos. Por otra parte, la administración tampoco ponía ninguna traba a la hora de quemar “remulla”, utilizar productos fitosanitarios, abonos, etc. Era muy simple, todo el mundo miraba por hacer bien las cosas y funcionaba.
Además, la naranja representaba una fuente de ingresos muy importante para aquellos que tenían mucho terreno y un plus económico que venía muy bien para tener un más que aceptable nivel de vida.
Otro elemento positivo era el impacto ecológico que significaba el tener rodeada la ciudad de una zona verde. Con su flora y fauna característica además de ser un pulmón de aire puro para la ciudad.
Con la llegada del boom de la construcción se cambió el huerto por el ladrillo. Para los propietarios de las tierras resultó ser un gran negocio y dejar de padecer por la “collita”. Sin embargo, el tiempo nos ha traído tierras abandonadas y naranjas de Sudáfrica.
A los pocos que mantenían las tierras en cultivo se les puso toda clase de impedimentos para trabajar, impuestos, no poder usar productos que evitaban plagas y, a las empresas, los costes laborales hacían que no les saliera rentable recoger la naranja para comercializarla y supuso.
Todo ello supuso que fuera más ventajoso para la economía traer las naranjas del extranjero. Algo que resulta difícil de entender y dice muy poco de la política de la Unión Europea.
En estos tiempos en los que la industria cerámica no pasa por buenos momentos y también se avecina una situación económica complicada, sería conveniente replantearse el hecho de volver a apostar por recuperar todas las tierras abandonadas con el fin de ponerlas en producción.
En las pasadas elecciones municipales, SOM Castellón llevaba en su programa eliminar el IBI rústico para los terrenos en producción, más seguridad y un mayor apoyo de la administración facilitando todos los trámites para poder llevar a cabo esta recuperación del sector citrícola de Castelló.
Hemos de velar por lo que es nuestro, por algo tan nuestro como es el sector de la naranja y la agricultura.
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