V. Benavent. Seguimos asistiendo casi
diariamente al desmantelamiento del llamado “Estado del Bienestar”, eufemismo
para nombrar el listado de derechos y libertades conquistados con sangre a lo
largo de más de un siglo. Empezamos con una Reforma Laboral innombrable y los
recortes van pasando de la Sanidad a la
Educación por no comentar más partidas.
Vivimos un tiempo donde
no se puede enfermar, primero porque se te puede despedir y después porque ser
atendido por los y las profesionales de la sanidad es cada vez más difícil;
además los medicamentos prescritos van a costar más mientras los sueldos bajan
de una manera brutal y los impuestos suben de la misma manera, pero a la
inversa.
Y todo esto se contempla,
aparentemente, de una manera indiferente. Según alguna encuesta de opinión, el
partido en el gobierno pierde muy poco en intención de voto, sin que pase nada.
O los y las habitantes de este país ya no tienen interés por nada o no se
entiende la situación.
Casi todas las semanas se
producen manifestaciones de protesta contra los recortes. Casi todas las
semanas podemos oír reproches, a todos los niveles, sobre las actuaciones
políticas del gobierno, casi todos los días hay gente que se suma a las colas
delante de las oficinas del INEM, pero ningún día parece bastante bueno para
decir ¡BASTA!
Es cierto que las
elecciones son UN arma en democracia, un día para poder cambiar de partido, de
gobierno y de manera de actuar; pero no es la única.
Cuando un partido que ha
obtenido una mayoría parlamentaria –que no social- impone su mayoría absoluta
para actuar con total impunidad contra la gente más desfavorecida, no merece
continuar gobernando. El partido en la oposición, que estuvo rigiendo el
destino del pueblo hasta hace bien poco, tampoco tiene muchas ganas de
solucionar el tema al negarse a aprobar un cambio en la Ley Electoral que
permitiría a las diferentes formaciones políticas no mayoritarias, pero igual
de dignas, formar parte de un Parlamento plural donde las decisiones no se
impusieran porque sí, sino que fueran fruto del diálogo, del consenso y, sobre
todo, de la buena voluntad de mejorar la vida de las personas que día a día,
formamos parte del trocito de sociedad que nos ha tocado vivir.
Se critican formas de
gobierno donde las personas son más importantes que los partidos; se critica la
apuesta por el bienestar social, por “la felicidad de todos los días” mientras
los bolsillos de unos cuantos siguen llenándose a costa del sufrimiento ajeno.
Se ha reformado, como no,
“su justicia”, para que las protestas ante las acciones gubernamentales se
consideren delitos. Se reforma casi todo, menos lo imprescindible.
Quizás habría que mirar
otros modelos europeos ante una crisis que no es solamente española sino global
y contemplar como, por ejemplo Islandia, ha empezado a juzgar a las personas
responsables del desastre y a dedicar tiempo, dinero y esfuerzo en crear empleo
en lugar de luchar solamente contra esa maldita palabra que invade nuestros
oídos todos los días: “déficit público”.
O se cambia de rumbo y se
mira el dolor de tantas familias abandonadas, de tantas personas sin
prestaciones sociales, de tanta gente que no puede ni comer; si no se dan
soluciones para que la gente no se quede en la calle ante la rapiña de los
bancos o se va a inaugurar un periodo mucho más duro y doloroso que el
pronosticado por los economistas.
Cuando las personas no
tienen nada que llevarse a la boca, cuando tienen que alimentar hijos e hijas,
pagar estudios, vestirse con dignidad y la única respuesta de los poderes sigue
siendo la misma se corre el peligro de pasar de una pacífica respuesta en la
calle a una respuesta nada agradable para nadie pero más que necesaria en
vistas a devolver la dignidad a todas aquellas personas a quienes se les roba diariamente.
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