Susana Gisbert (@gisb_sus). / EPDAYa acabaron las fiestas navideñas. No sé si decir que por fin terminaron o lamentarme de que se hayan ido. Supongo que depende de cada cual, cómo las viva en general y cómo haya vivido estas, tan marcadas por el coronavirus que son legión quienes las pasaron entre cuatro paredes. Cosas de confinamiento.
Pero si hay algo que en nuestro entorno no fallas, son los Reyes Magos. Y digo en nuestro entorno porque hay muchos niños y niñas que no pueden creer en Reyes Magos ni Papá Noel porque jamás les trajeron nada. Por buenos que hayan sido.
El otro día hablaba con una amiga de la barbaridad de juguetes con que se encuentran hoy las criaturas. Son tantos que en muchos casos ni siquiera juegan con ellos, se quedan con la caja o limitan el placer al momento de abrir el paquete. Cero al cociente y se pasa al paquete siguiente.
La verdad es que ya hace tiempo que se nos fue de las manos. Incluso en ocasiones parece existir una competición entre quienes regalan más y mejor. Los Reyes que pasaron por casa de los abuelos maternos o paternos, de la tía soltera o el padrino rumboso. Y si los progenitores están divorciados, ya ni hablamos. La competición se convierte en una verdadera locura que es de todo menos beneficiosa para las criaturas. Ni para nadie.
Si echo la vista atrás, mi recuerdo de Reyes es maravilloso. Siempre me traían algunas cosas de mi carta, pero nunca me traían todo lo que había pedido. Con dos o tres regalos bien elegidos me sentía la niña más dichosa del mundo. Y lo era, sin duda. Pero también lo eran, según me contaron, los niños y niñas de generaciones anteriores con un solo regalo que, incluso, su madre retiraba de la circulación en cuanto podía, para poder reutilizarlo en otros Reyes o en algún cumpleaños. No estaban las cosas como para derrochar.
También me contaba otra persona que sus padres, simplemente, les dijeron que los Reyes no existían porque no tenían como explicarles que no trajeran nada a sus casas, que vivían con lo justo, y colmaran de regalos las de quienes andaban sobrados de todo. Y es comprensible que tomaran semejante decisión. En determinadas circunstancias, es imposible sostener lo de que hay que portarse bien para que los Reyes traigan muchos regalos.
Hay que hacérselo mirar. No abogo por eliminar la ilusión de los Reyes, ni se me ocurriría. Pero si por repensarlo. Para que sea verdadera ilusión y no un simulacro.
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