Eva Ortiz. EPDA. La Generalitat ha bautizado como ‘Resistir’ el anémico plan de ayudas tan demandado por numerosos sectores. A los gurús del Consell se les ha escapado el subconsciente con el nombre de este programa. Lo podían haber nombrado de mil formas: ‘Vencer’, ‘Adelante’, ‘No estáis solos’…, pero no. ‘Resistir’. Igual es que estaban pensando en el lema del marquesado de Iría Flavia, el del Nobel Camilo José Cela, ‘El que resiste, gana’.
Pero me da que no. Que el sentimiento que hay en el Palau es resistir a toda costa. Contra viento y marea en sus tiendas de campaña, mal llamadas hospitales; contra, y no con, los hosteleros y empresarios turísticos; contra la sanidad privada, convirtiéndola en enemiga y no aliada.
Y, por supuesto, entre los propios socios del gobierno valenciano. Aguantar en los sillones es ganar un mes de privilegios.
Juegan entre ellos y con todos los valencianos a ver quién es el primero que se tira del barco. El problema no es que haya tres gobiernos en la Generalitat, es que ni hay ni uno. La parte morada se dedica solo a aumentar la nómina de asesores, sin que la pandemia vaya con ellos, mientras Compromís y PSOE discuten fuera lo que son incapaces de ponerse de acuerdo dentro.
Bien es verdad que la táctica les fue bien un tiempo. Creían que habían burlado a la covid-19 estando quietos y callados, sin hacer nada ni prepararse para lo peor. Y, cuando llegó, el emperador estaba desnudo. Ni estrategia ni medida alguna, como se ha demostrado en las últimas semanas, donde la Comunitat Valenciana se ha ahogado en la tercera ola con puntas de hasta 4.000 infectados por 100.000 habitantes en zonas de Alicante, las peores de Europa.
Las decisiones se toman ni a ciencia ni sin conciencia. La consellera de Sanidad es incapaz de explicar el por qué de cualquier medida y el presidente lanza ‘Ximoanuncios’ con su ametralladora mediática. “Tú tira, que a alguien darás”, le dicen sus áulicos asesores. Pero, en lugar de disparos, salen disparates.
Llevamos ya muchos meses viendo cómo la pantomima pierde su maquillaje. Por mucho que la orquesta del Titànic, como les bautizó Isabel Bonig en acertada metáfora, siga tocando, el crucero se va a pique.
Aguantar no es ganar en este caso, es continuar perforando el casco y hundiéndose más. Lo triste es que en este barco vamos todos.
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