Rafa Escrig.
Hace
unos años conocí a Pilar del Río. Pilar del Río, granadina nacida
en Castril es periodista, escritora y traductora de la mayor parte de
la obra de José Saramago, su marido, fallecido como todos sabemos
hace ahora diecisiete años. Se casaron hace treinta. Vivieron en
Lisboa y los últimos años en Lanzarote. Pilar del Rio sigue siendo
la esposa de su José, como ella aún le llama. Como presidenta de la
Fundación José Saramago, tiene un despacho en la segunda planta de
la Casa dos Vicos, en Lisboa, desde donde puede velar los restos de
su marido que están enterrados en la misma entrada, junto a un olivo
centenario que se trajo expresamente desde Azinhaga, el pueblo natal
de Saramago, para le que cobije y le acompañe.
Pilar
del Río tiene la mirada triste de una viuda joven, de una viuda que
ha idolatrado a su esposo, que más que un esposo ha sido un ejemplo,
un modelo, un mito. Delgada, con esa elegancia de la sencillez,
sonríe de vez en cuando, muy poco y con alguna vergüenza, como si
haciéndolo, faltara a la memoria de su José. Dentro de esa imagen
suya de fragilidad y de tristeza, se advierte una persona fuerte y
decidida a sostener el recuerdo y los principios de José Saramago.
Esos principios de libertad y de igualdad entre las personas, por los
que él tanto luchó con la palabra.
Mientras
hablamos mira por la ventana hacia el olivo donde está él oyendo
desde lejos, y un silencio la envuelve. Distante y con los ojos
volados, igual que en el poema de Neruda, agradece mis
palabras con un gesto y se enfrasca de nuevo entre papeles. ¿Dónde
tendrá su pensamiento? Entiendo el vacio que provoca un ser tan
especial cuando se va. Pilar del Río vive la pena de que nunca podrá
volver a abrazar a su marido. Eso nos pasa a todos los que hemos
perdido a alguien. Siente esa sensación de vacio por el que se fue.
Sólo puede soñar, como todos soñamos alguna vez con los que ya no
están. Tengo algo que confesar: he leído todos los libros de José
Saramago y ahora tengo esa misma sensación de vacio, de pérdida.
Miro la librería donde están todas sus novelas, sus ensayos, sus
palabras en español, también en portugués, y me inunda el
desencanto por no poderle leer nada nuevo. Saramago ya no podrá
volver a escribir otro Caín, otro Ensayo sobre la ceguera, ni otro
Cerco de Lisboa, y siento un estremecimiento cuando miro ese anaquel
que no podrá ser ocupado por otro libro más, ni podrá hacerme
sentir nuevas sensaciones, como Pilar, que mira con los ojos volados
el anaquel de su amor perdido que no ha de llenarse con un nuevo
capítulo, ni un nuevo comienzo, ni distinto final.
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