Vicente Cornelles. /EPDA Hace años que la política, tanto local como nacional, ha perdido aquel carácter romántico de entrega, vocación de servicio, acción social y generosidad que durante tiempo encandiló y comprometió a los ciudadanos. Los partidos políticos no son más que maquinarias electorales imbuidas de una burocracia, maniqueísmo y luchas por el poder. No todos, claro. Lo que sí reflejan es el conjunto de los sentimientos humanos, como en cada una de las obras de Shakespeare. Desde la izquierda a la derecha, cada una de las formaciones políticas en Castellón respiran emociones ante la convocatoria electoral del 28 de mayo. En el Partido Popular hay tristeza y pesimismo.
También venganza y traición, senectud y nostalgia enfermiza de que el pasado fue mejor, aderezada de cierta soberbia. No lo ven claro. No hicieron bien los deberes. En el PSOE hay continuismo. Estar en el poder les dar cierta chance. No obstante, con las luces, también hay sombras. En Som Castelló hay alegría, mucha. Asimismo, hay empuje, ganas de trabajar (muchas), júbilo, algarabía. Sus miembros saben que cambiar la ciudad turquesa y naranja es posible e ilusionante y cada una de sus acciones está revestida de una sonrisa reconfortadora y cómplice. Vox está en tensa espera, como las doncellas bíblicas del candil, esperando en la noche a su amado, que quisieran fuera azul. Lo de Compromís, es más de neorrealismo italiano que shakesperiano. Algo frikis, sectarios, viven en su mundo ‘happy flower’, quiero y no puedo y con algo de perfidia canallesca. Ciudadanos, permitanme la indulgencia, se conforman con salvar los muebles.
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