Susana Gisbert Esta
semana leíamos algo que llevábamos mucho tiempo esperando: no había
habido ninguna muerte por covid en los últimos 7 días en la
Comunidad Valenciana. Lo leía y casi no podía creerlo. Por fin
había llegado el momento en que los números alimentaran la
esperanza en lugar de la desesperación.
No
obstante, algo llamaba la atención ¿Por qué lo decían con la boca
chiquita, apenas en un rincón de los informativos en lugar de
proclamarlo a los cuatro vientos? ¿por qué ese empeño en minimizar
las buenas noticias y magnificar las malas, como si no tuviéramos
bastante?
Ya
llevaba tiempo observándolo, Pese a que la Comunidad Valenciana
lleva al menos un mes registrando las mejores cifras, en esa cosa
maravillosa denominada “riesgo bajo”, poco se habla de ello y si
se hace no es para alabar sino para escupirlo como arma arrojadiza a
una política. Ni siquiera los informativos propios sacan pecho, en
esa actitud tan valenciana como reprochable de no alardear de lo
nuestro.
Pasamos
de un pico donde la situación daba ganas de llorar a abanderar las
cifras de la esperanza. Sin embargo, cuando la cosa estaba mal no
faltaba jamás una referencia, esa misma que echo de menos cuando
hemos dado la vuelta a la tortilla.
No
es un milagro. No se trata de una acción divina que nos haya
elegido, sino que es mérito de todos y cada uno de las valencianas y
los valencianos. Llevamos meses aguantando las más duras
restricciones, dando ejemplo de civismo y solidaridad a pesar de que
por medio nos han barrido las segundas Fallas y otras Pascuas.
Hoy
me da la gana contarlo. Me apetece sacar pecho y decir que hemos
llegado al punto de partida de la esperanza, que aún queda carrera,
pero ya saltamos los peores obstáculos. Porque estoy harta de que,
desde que los balcones volvieron a ser un apéndice de las casas tras
haber sido el epicentro, nos hayamos instalado en Cenizolandia. Y, no
sé si es una impresión mía, pero parece que solo se quiera
entrevistar a la gente de ciencia que esté dispuesta a echarnos
jarros de agua fría constantemente.
No
se trata de ver la botella medio llena, ni de ponerse siempre las
gafas de color rosa. Pero tampoco hace falta verla siempre medio
vacía y con las gafas más negras.
No
olvidemos que la esperanza es la gasolina que nos mueve, aunque la
prudencia sea el modo de administrarla. La una sin la otra no tiene
sentido. No solo hay que resistir, hay que ganar al bicho.
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