Adrián Navalón/EPDADurante la campaña de Castilla y León ha habido una cosa de la ultraderecha que me ha hecho especial daño (además del habitual recurso a la mentira), su eslogan: "Siembra". Quienes no han doblado el lomo en su puñetera existencia para dar vida a un brote han utilizado una de las palabras más bonitas de nuestra lengua y uno de los trabajos más dignos que puede realizar el ser humano. Sembrar, dar vida para alimentarnos, es decir, para seguir dando vida. Ellos que solo saben sembrar odio...
Sembrar, y en general todo lo relacionado con el campo, tiene un significado familiar y sentimental para mí. Vengo de una familia de gentes de campo, de una familia de gente humilde y trabajadora, muy trabajadora. Mi abuelo sembraba trigo y era jornalero; jamás hubiera votado al patrón y no le hacían falta estudios sobre la vida y obra de Marx o Gramsci. Mi madre y mis tíos montaban la mula que trillaba y separaba el grano de la paja. Mi padre, y su padre y sus tíos, tenían cuatro pedazos de viña. Con mi padre y mi abuelo, y con mi madre, mi hermana, mi tía, hemos cuidados los campos, hemos vendimiado, hemos cogido la almendra y la oliva, hemos labrado la huerta, hemos quitado los cardos y la mala hierba a golpe de hazada, le hemos echado el estiércol a la tierra, hemos recogido los frutos... Hoy lo recuerdo con nostalgia pues desde que faltó mi padre la huerta del pueblo ya no tiene quien la labre y la cultive.
Y digo que me ha dolido mucho el eslogan de la ultraderecha porque mienten cuando dicen que se preocupan por la siembra quienes llevan décadas propiciando el deterioro del campo y facilitando que cada vez menos personas sean dueñas de más y más terreno. Mienten cuando dicen que se preocupan por la siembra cuando no combaten el cambio climático, ni la contaminación, sino que al contrario, la promueven con la industria petrolera o con el establecimiento de macrogranjas que contaminan acuíferos y hunden a la pequeña ganadería que sí que cuida la tierra y que enfrenta siempre serias dificultades.
Aun con todo, el eslogan de la ultraderecha no andaba desencaminado. Siembra. Pensemos en lo que sembramos cada vez que prestamos nuestro voto, cada vez que lo presta un ultra; pensemos en que sembramos cuando no vamos a votar porque decimos que todos son iguales aunque sepamos que no es verdad, o cuando nos enfrentamos por la pureza de la izquierda en vez de apoyar una reforma laboral y a renglón seguido seguir luchando por extender los derechos laborales. La ultraderecha y la derecha son conscientes de su unidad de bloque y de pensamiento. Pensemos en lo que queremos ser nosotros.
¿Queremos sembrar concordia y unidad en torno a un proyecto, o preferimos hacer cada cual su guerra y que gobierne la derecha ultra? ¿Queremos un proyecto de país que nadie se ha atrevido a articular seriamente en cuarenta años o dejamos las estructuras tal y como están aunque sean injustas?
Ha llegado la hora de sembrar, pero de verdad. Ha llegado la hora de que todas aquellas personas que sembramos por un futuro con justicia social en el campo, en las fábricas y oficinas; en los pueblos o en las ciudades; en los sindicatos, asociaciones o partidos; ha llegado la hora de que quienes sembramos por avanzar en igualdad (económica, de género, independientemente de nuestro origen o color de piel) y quienes sembramos dignidad lo hagamos conscientemente unidas. Porque sembrar es traer vida para sostener la vida y no hay mejor manera de hacerlo que juntas y juntos.
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