Susana Gisbert.Vivimos días raros, sin duda, días que nunca pensamos que íbamos a vivir. Si alguien me hubiera dicho hace unos días que íbamos a estar confinados por declaración de estado de alarma, no lo hubiera creído. De ninguna de las maneras. Pero, llegados a este punto, es buen momento para demostrar muchas cosas. Lo mejor y, por desgracia, también lo peor.
Entre los miles de mensajes que, en forma de vídeos, audios, textos, e imágenes, leía uno que me hizo pensar mucho. Una chica joven se quejaba de la profusión de informaciones apocalípticas y desasosegantes que corrían por las redes, muchas de ellas sin ninguna base científica, por no decir directamente falsas.
Esta mujer invitaba a la gente que los difundía sin ton ni son a ponerse en la piel de una persona enferma, de una persona sola, en situación de riesgo, o familiar de alguien hospitalizado. Nos decía que pensáramos cómo nos sentiríamos si, a la carga del miedo, de la soledad y de la incertidumbre propia le sumáramos todos estos mensajes ajenos. Con una pequeña dosis de empatía, podemos concluir que hacen de todo menos ayudar. Por no decir que sumen directamente en la desesperación, en un tiempo en que lo que necesitamos es esperanza.
Hilaridad
Los hay de todo tipo, desde tan increíbles que provocan hilaridad, hasta tan presuntamente científicos que causan conmoción. Estos son, por supuesto, peores, sobre todo cuando vaticinan que esto no acabará nunca, que nada es suficiente para evitar contagiarse o que nos dirigimos al desastre absoluto. Y luego están los que, como las películas del mediodía del domingo, están supuestamente basados en hechos reales. Personal sanitario que llora ante una pantalla de móvil, que alerta para que nadie salga “ni a comprar el pan” o que grita contando toda clase desgracias. Y no digo yo que no sean sanitarios -aunque pueden no serlo- o que no se sientan así, pero no creo que sea lo adecuado.
Imaginemos por último otra cosa. Que unas criaturas oyen eso, porque circula sin ningún filtro. Y ven como su padre, su madre o ambos salen a trabajar porque es su obligación ¿Queremos aterrorizarlos, como si no hubiera suficiente con el encierro?
La verdad es que no propugno la mentira, ni el excesivo almíbar. Pero el exceso de información tampoco es bueno. Sobre todo, cuando esa información no está contrastada. Seamos responsables. Y si, además, somos un poco optimistas y vemos la copa medio llena, mejor que mejor. Porque en este encierro la mente no puede separarse del cuerpo, pero el alma tampoco. Y el alma necesita esperanza ¿O no?
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