Carlos Gil. En estos últimos días, he recordado,
en numerosas ocasiones, una fábula de Tomás de Iriarte, que leí
hace muchos años, donde dos conejos eran devorados por sendos perros
mientras discutían si eran galgos o eran podencos. Ocurre, cuando en
una carrera no participan solo dos, que la mutua vigilancia acaba
favoreciendo a un tercero, ese al que llamamos “tapado”, que se
aprovecha de la libertad que le otorgan sus contrincantes para
alcanzar su objetivo mientras ellos se vigilan estrechamente. Quizá
no sea justo calificar de “tapados” a Compromís o a Podemos, en
sus diversas marcas. Muestras suficientes habían dado de que, en
estas elecciones, su presencia iba a ser importante, y posiblemente
decisiva, en el gobierno de muchas instituciones. Pero nadie lo
creyó.
Pero, sin ánimo de quitar méritos a
nadie, hay pocas dudas de que los principales responsables de este
desbordante ascenso de los partidos “emergentes” han sido PP y
PSOE. Solo nuestro empecinamiento bipartidista, nuestras luchas
bilaterales y nuestras mutuas acusaciones, sin mirar más allá, han
permitido similar crecimiento de estas “nuevas” fuerzas políticas
que solo han tenido que recoger aquello que los demás nos íbamos
dejando en el camino.
La ciudadanía ha hecho, en estas
elecciones, una clara demostración de fuerza. Ha querido dejar claro
donde reside el verdadero poder en democracia. Esta vez, el mensaje
ha sido inequívoco: ¡así no! Me niego a pensar que nuestros
vecinos han votado sin saber lo que hacían. Si eso fuese así, ¿qué
nos hace pensar que sí lo sabían cuando los votos venían a
nosotros? Podemos, como mucho, pensar que la ciudadanía no sabe lo
que ha votado, pero que sí ha tenido muy claro que es lo que no
quería votar. La escucha activa es la mayor habilidad que debe
desarrollarse para el ejercicio de la política. Y ahí reside la
clave de un gran error.
Las campañas electorales no duran ya
quince días. Hay una evaluación continua, por parte de los
ciudadanos, que estudian, analizan y eligen, llevados tanto por los
mensajes que reciben como, sobre todo, por los que se les permite
enviar. Gobernar sin escuchar a quienes eligen a los gobernantes es
una actitud arriesgada que, antes o después, acaba pasando factura.
En esta carrera puntúa la ilusión y la capacidad de ilusionar, las
ganas y la conexión con los ciudadanos. Y ahí es donde, con el
tiempo y el acomodo, hemos fallado estrepitosamente.
Es tiempo de cambios, y no me refiero a
esos cambios que nuestros vecinos han decretado ya en las urnas, sino
a la seria reflexión, con hechos, que los dos grandes partidos
debemos hacer. Para ello, es necesario abrir bien los oídos y
empezar a escuchar lo que los ciudadanos han querido decirnos y a
trabajar en consecuencia. Solo así, la próxima vez no será
necesario que vuelvan a gritarnos mientras nosotros discutimos si
eran galgos o eran podencos.
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