Ana Gómez El periodo estival se convierte en una oportunidad
laboral para muchas personas que se encuentran estancadas en la pobreza
crónica. Y sin embargo, por desgracia, trabajar tampoco es sinónimo hoy en día
de bienestar ni de conseguir los ingresos necesarios para vivir dignamente.
Estos días he podido constatar la precariedad laboral de
algunos sectores ligados al turismo que brinda Valencia. El periodo vacacional
no significa siempre un aumento de plantilla, una apuesta por dar mejor servicio.
Más bien, por desgracia, hay casos que se guían por la picaresca tan habitual
en nuestro país: Un bar que cada fin de semana tiene a una persona “de prueba”
sin formalizar contrato, un hotel que exige la limpieza de una cantidad
desproporcionada de habitaciones por media jornada…
En algunos sectores la sustitución de la plantilla en
vacaciones llega a extremos desorbitados: una persona que reemplaza el trabajo
de cinco personas durante mes y medio.
De esta forma, los colectivos más vulnerables tampoco
encuentran un alivio a su situación a través del trabajo estacional. Y sin
embargo, el Plan de Empleo de Cruz Roja también me cuenta buenas noticias, el
de empresas comprometidas que sí gestionan la diversidad, que ponen el foco en
las competencias de las personas, que velan por mejorar las condiciones
laborales. Muchos sectores económicos deberían tomar buena nota.
Para avanzar en una Valencia más justa, con menores
índices de pobreza y mayor bienestar, deberíamos dejarnos de trampas. La
pobreza no se va de vacaciones, ni las sustituciones de verano son la panacea,
pero al menos, el empleo generado en esta época debería de ser digno.
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