Coincidencias, las justas. Los que venimos del campo sabemos muy bien que se recoge lo que se siembra. Zaplana, aunque más partidario de plantar ladrillos en los campos de naranjos, también conoce la lección. Por eso, muchos supimos que la noticia de que el ex President se perfilaba como nuevo director de RTVE tenía que ser un bulo. ¿Cómo iba el hombre de “estoy en la política para forrarme” a renunciar a los suculentos 600000 euros de la privatizada Telefónica?
Sin embargo, este macabro rumor ha rescatado de nuestra memoria a Tómbola. El programa de RTVV que, bajo mandato de Zaplana en la Generalitat, puso la semilla de la telebasura en nuestro país. De aquellos polvos, estos lodos. Y no lo digo sólo por la evidente agonía económica de Canal 9, que también. La canción de la niña explotada por el franquismo, utilizada como sintonía del programa, era toda una declaración de intenciones. “La vida es una tómbola de luz y de color”.
Y así fue. La televisión pública, lejos de promocionar la cultura del esfuerzo y facilitar la formación de sus ciudadanos, quiso convertir nuestra vida en un sorteo. ¿Para qué labrarse un futuro estudiando? Si jugando a Gran Hermano o “cazando” un torero puedes convertirte en toda una estrella.
No, nada pasa porque sí. No es casual que Valencia, el bastión de la derecha, lidere las listas de fracaso escolar. La cultura, que comparte raíz latina con cultivo, necesita de cuidados y tiempo para dar sus frutos. Y el Partido Popular ha demostrado, cortando los tallos de raíz, que no entra en sus prioridades.
Por eso, como llueve sobre mojado, estoy convencido de que los ataques a la educación pública no son casuales. Nuestros hijos e hijas pasan frío en centros obsoletos o en barracones mientras se regala suelo público a las universidades católicas. Tampoco es coincidencia que la consellera de Educación, María José Catalá, hiciera lo propio siendo alcaldesa de Torrent mientras el colegio número 10 sigue esperando.
A los profesores, a los que ya desprestigiaron con campañas mediáticas en sus medios afines, los convierten en trabajadores precarios con más horas y sin posibilidad de ser sustituidos en caso de baja. Situación que se agrava con los interinos, que serán despedidos en los meses de verano (como si ser maestro fuera dar sólo clase). Lo que se traduce en un mayor ratio de alumnos por clase y, obviamente, un peor servicio público.
Se cierran los centros de investigación y no se apuesta por la I+D+I. Los estudios obligatorios se reducen. Los planes de estudio se vacían de contenido reflexivo y se introducen a las multinacionales en los consejos de las universidades…
“¡Muera la inteligencia!”, que diría uno de sus referentes políticos. Les sigue chirriando que el hijo del obrero se forme y aprovechan la situación para condenarnos. Porque un pueblo que no “cultiva” está condenado a no prosperar.
La vida es una tómbola en la que, destruyendo la educación pública, tienen todas las papeletas para ganar. ¿El premio? Mano de obra barata a la que explotar.
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