Susana GisbertCuántas veces no habré oído a mi madre decir eso de que tengamos la fiesta en paz, sin ser consciente de lo que podía implicar esa frase. En su día, se trataba de una sentencia extrajudicial, una orden más que una invitación a zanjar un asunto y no darle mas vueltas. O podía ser peor.
Ahora me acuerdo esa frase, aunque con un significado nuevo. Me viene a la cabeza cada vez que leo o escucho la última estupidez cometida por algún grupo de seres humanos, empeñados en que su diversión es mucho más importante que la salud o el negocio del resto del mundo.
Una noche de fiesta puede acabar en una tragedia, y de hecho seguro que ha acabado muchas veces aunque no seamos conscientes de ello, disuelto en la frialdad de las cifras. En el menos malos de los casos, un confinamiento que dificulta la ya difícil economía. En el peor, que acaben contagiadas personas que, por sus factores de riesgo o por mera mala suerte, acaben muriendo. Una entrada demasiado cara para una fiesta, desde luego.
Siempre me he negado a estigmatizar a la gente joven como culpables de la transmisión de la pandemia. Conozco a muchas personas jóvenes que respetan todas las medidas, que se cuidan y nos cuidan porque saben que nos va la vida. Y he visto sus gestos de rabia y frustración cada vez que escuchan cómo les culpabilizan, sin distingos y sin contemplaciones. Y no es justo.
Pero la realidad es la que hay, y cuando conocemos una nueva reunión, una nueva fiesta y, en definitiva, una nueva estupidez, se nos abren las carnes. No nos engañemos, no es solo cosa de jóvenes. El virus se encuentra a sus anchas tanto en reuniones universitarias como en bodas, bautizos y comuniones. Hasta en entierros. No se pierde nada.
Es duro para todo el mundo, si duda. Nos rompe los esquemas con los que hemos venido manejándonos que, tras una semana de estudio o de trabajo, no podamos resarcirnos haciendo aquello que más nos apetecía. Pero es lo que nos ha tocado, y hay que saber vivir con ello si aspiramos a que llegue pronto un futuro sin ello.
Así que no bajemos la guardia. Aunque cueste, tengamos la fiesta en paz. O, dicho de otra manera, dejemos la fiesta para el día de mañana, cuando pueda celebrarse. De todos y cada uno de nosotros depende que ese día de mañana esté más o menos cerca.
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