Carlos Gil. Esta semana hemos asistido a un hecho inédito en la historia de nuestra democracia y que hubiese resultado
impensable hasta hace solo unos meses. La elección como Presidente del Congreso de los Diputados, la tercera autoridad del Estado, del candidato propuesto por un Partido que no es el ganador de las últimas elecciones es un hito representativo de lo que se ha dado en llamar “nueva forma de hacer política”.
La fragmentación política del Congreso, derivada del resultado de las elecciones del 20-D, conlleva la posibilidad de encontrarnos este tipo de situaciones que parece pueden repetirse, en distintas ocasiones, durante los próximos meses.
Es esta la segunda vez que el Partido Popular permite a Patxi López alcanzar una presidencia. Hace unos años, los votos del Partido Popular le llevaron a presidir el Gobierno vasco. Ahora, la abstención popular le ha hecho Presidente del Congreso de los Diputados.
Que la casualidad quiera que, en ambas ocasiones, sea el mismo hombre quien salga beneficiado de un acuerdo entre los dos principales partidos del espectro político español, no deja de ser anecdótico.
Que, en ambos casos, haya sido el Partido Popular quien haya cedido su voto para ese nombramiento, resulta
mucho más relevante, más aún cuando la negativa manifestada por Pedro Sánchez a facilitar la investidura de
Mariano Rajoy permanece, hasta el momento, tajante e invariable.
En esta línea, puede resultar también llamativo el hecho de que el único partido que ha presentado candidato alternativo al del PSOE sea Podemos, a quien Pedro Sánchez está dispuesto a acercarse para conseguir la presidencia del Gobierno, con el objetivo último de arrinconar al Partido Popular.
Esta candidatura alternativa puede resultar lo suficientemente significativa acerca de cual es el futuro que le espera al PSOE si los delirios de poder de su líder (mejor dicho, de su candidato) le llevan a escorarse, definitivamente, a su izquierda.
A tiempo está Pedro Sánchez de preguntarle a Patxi López cual fue la actitud del Partido Popular en aquella
etapa compartida en el Gobierno vasco y, por otro lado a Ximo Puig por cómo le está yendo en su gobierno
tripartito.
A simple vista, se aprecia que ambos comportamientos no son ni tan siquiera comparables y es que hay aventuras que no están pensadas para partidos que pretenden defender su vocación centrista ni para momentos
en que la estabilidad económica, social y nacional precisa de políticos y políticas con capacidad para mirar
al horizonte y defender, por encima de sus aspiraciones personales, los intereses de los ciudadanos a los que
representan.
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