Guillermo Sampedro Vaya por delante mi rechazo a los nacionalismos, vengan de donde vengan, de Madrid o de Barcelona, pero no por ello debo considerar la sentencia del Tribunal Supremo sobre el Procés como proporcionada y justa. Todo lo contrario. Pero no tanto por las penas sobre los dirigentes independentistas por desobediencia grave a la autoridad o la malversación de fondos, delitos que cometieron y deben pagar. La desproporción más bien viene por el delito de sedición que se ha sacado de la manga el Tribunal Supremo retorciendo el ordenamiento jurídico, principalmente en lo que a los Jordis, Cuixart y Sánchez, se refiere. Básicamente, lo que dice la sentencia es que la protesta pacífica y el ejercicio de la desobediencia civil, incluso la pacífica, encaminada a impedir la labor policial puede constituir un delito de sedición. Y en España la sedición se paga con penas de hasta 15 años de cárcel.
Nos cuelan por la puerta de atrás la criminalización del derecho de protesta, desde impedir un desahucio a las protestas ecologistas o feministas. Desde un piquete sindical en una huelga hasta una simple manifestación o protesta pasiva. Todo puede ser sedición y todos y todas podemos ser sediciosos. Un recorte a nuestra libertad con esta excusa, la de la sedición.
Esto es algo gravísimo y sienta un precedente muy peligroso en un recorte de nuestras libertades que no viene de ahora. Los tiempos oscuros, como diría la canción, han vuelto y esta sentencia es sólo un capítulo más que se suma a la represión sistemática y merma de derechos de los últimos años. Persecución a sindicalistas, condenas a raperos y tuiteros, penas de cárcel para ecologistas, amenazas a artistas y periodistas, o incluso la sentencia de los chavales de Altsasu por una pelea de bar. Y mientras, la Ley Mordaza sin derogar.
Al margen de esta sentencia por sedición, del todo desproporcionada y peligrosa, lo que está claro es que la solución para la crisis de Catalunya no pasa por movilizar a jueces, fiscales y policías. La solución tiene que ser política, reconstruyendo los puentes que han sido dinamitados y volviendo al diálogo. Por mucho rédito electoral que les esté dando a unos y a otros. Desde Izquierda Unida tenemos claro que lo que sobra en este fuego es leña y gasolina, y lo que hace falta es calma y altura de miras. Y, sobre todo, hace falta construir un amplio acuerdo sobre el modelo de Estado. Nuestro modelo, un Estado republicano y federal donde todos los pueblos y nacionalidades puedan convivir solidariamente y formar parte de un mismo proyecto, respetando nuestra realidad plurinacional y garantizando los derechos civiles, sociales, laborales, de género o ambientales.
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