Susana Gisbert. Noche de fin de año. Ecuador de la travesía de las fiestas navideñas. Todo dispuesto, como cada año, para vivir o sobrevivir el cambio de año como mejor se pueda, en cualquier grado de escala del blanco al negro con infinidad de grises que va desde la ilusión máxima al odio más intenso. En función de la edad y las circunstancias de cada cual. Como cada año.
Y entre los supervivientes, una gran mayoría con la compañía del televisor, casi siempre en modo “zapping”, navegando de una a otra cadena a ver dónde se encuentra algo que ayude a sobrellevar la noche. Y, por supuesto, aunque cueste reconocerlo, cotilleando cual vieja del visillo sobre los vestidos –o la falta de ellos- de las rutilantes presentadoras.
Porque parece que la televisión ha cambiado mucho, pero en eso sigue igual que cuando, de niña, me sentaba con mi familia a ver el entonces esperado Especial Fin de Año en la cadena única, a la que luego se irían uniendo otras, más o menos amigas. La presentadora elegida, siempre joven y guapa y con poca ropa. Muy poca, la verdad. Y muy poco adecuada para el frío pelón que hace en muchas capitales españolas.
Y entre toda esta pléyade de elegidas, la más esperada. La que ya lleva un par de años dando que hablar, bajo la manta de la cadena que sigue a rajatabla eso de que es mejor que se hable de alguien, aunque sea mal. Y el espectáculo está servido. Tapada hasta el cuello esperando el momento para dar la campanada, su compañero, tapado hasta el cuello por el solo hecho de ser compañero y no compañera, bromea al efecto. Y zas. Con un golpe de efecto como una trapecista quitándose la capa, nos enseña un vestido que tan poco espacio deja a la imaginación como al buen gusto. Y entonces viene lo mejor. Su partenaire, haciendo un alarde de compañerismo igualitario, enseña nada menos que el tobillo, ataviado con un caletín con transparencias y brillos a juego con el modelito de ella. Repito, un calcetín. Ahí es nada.
Sé de quien, con muy buen criterio, hizo boicot a esa cadena y se negó a ver el numerito anunciado. Pero tampoco quien lo hizo tuvo suerte. Sintonizara lo que sintonizara el mando a distancia, el cliché se repetía. Casposo y viejuno. Una presentadora joven y mona desvestida, y un presentador ni tan joven ni tan mono vestido, con su esmóquin o su traje de chaqueta y su pajarita. Y como excusa, la supuesta elegancia, que en más de un caso tiene mucho de supuesta y poco de elegancia.
Y yo me pregunto ¿qué tendrá que ver la retransmisión de las campanadas con los palmos de piel al aire? ¿Es que acaso el frío afina las cuerdas vocales para que eso de “feliz año nuevo” salga con voz de soprano? Quizá por eso sean solo las mujeres las que deban destaparse, y así ellos cuanto más tapados, mejor voz de barítono tendrán y mejor dirán eso de “brindemos por el nuevo año”. Ya sé que cómo explicación científica deja bastante que desear, pero no creo que la que me puedan dar sea mucho mejor.
¿No es hora ya de dejarnos de esos clichés machistas y empezar el año en igualdad? Llevo varios esperándolo, pero parece que éste tampoco va a ser. Aunque quedan 364 días. No perdamos la esperanza.
SUSANA GISBERT
(TWITTER @gisb_sus)
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