Francisco López Porcal Quizá
una de las novelas que retratan mejor la Valencia de los años cincuenta del
siglo XX -no hay tantas- sea la obra Tranvía
a la Malvarrosa, de Manuel Vicent publicada en 1997. Hace poco, leía un
reportaje en prensa que vinculaba una obra literaria a una ciudad española.
Para Valencia, el autor había elegido la obra en cuestión. No está mal, aunque
existen otras muy representativas, pero claro, se trata de una mirada subjetiva
determinada del firmante de ese artículo.
Estoy convencido de que cada uno de
los lectores posee en la manga una distinta. De todas formas es conveniente
recordar que el elenco, pese a lo que pueda pensarse, es bastante amplio para
todas las épocas, no solo para la época que tratamos. Pero sucede que como en
tantos ámbitos, a esta ciudad no hay nadie que le escriba, parafraseando a
García Márquez y su famoso título de novela sobre el Coronel.
Tranvía a la Malvarrosa
constituye una serie de recuerdos novelados del propio autor en su época de
estudiante. Tal vez la selección de evocaciones noveladas no nos conduzcan en
sí a una ciudad imaginada, pero dan prueba de una Valencia, la que Vicent
reconstruye en una coordenada temporal muy concreta, los años cincuenta. El
espacio urbano de la gran ciudad se abre ante los ojos de un joven protagonista
que, lejos del ambiente familiar y por tanto de la neurosis de su padre
empeñado en una educación religiosa para su hijo, descubre un nuevo entorno que
le influirá notablemente en su viaje desde la adolescencia a la juventud.
La
mirada observadora de Manuel, recién llegado, nos muestra el ambiente de toda
una coordenada temporal en la descripción de los escaparates de las pastelerías
más emblemáticas de aquella Valencia: Nestares, La Rosa de Jericó, Rívoli y
Noel que mostraban la imagen de Franco junto al escudo de España y la bandera
nacional a base de repostería y una cuidada selección de frutas confitadas, así
como de almendras garrapiñadas. La ciudad se engalanaba para recibir la visita
del general Franco y de su esposa Carmen Polo.
En
sus paseos por la ciudad, el joven Manuel va abriéndose paso entre imágenes y
formas que estimulan su incipiente sexualidad. El ambiente de los burdeles, las
escenas eróticas de los capiteles de la Lonja y las vendedoras del Mercado
Central, que preparando la mercancía en sus puestos, manipulan el contorno de
las frutas y verduras, establecen entre el entorno y el personaje una corriente
de sugerente sensualidad.
Pero
ante todo Tranvía a la Malvarrosa nos
muestra no solo el descubrimiento de la gran ciudad a través de los ojos del
protagonista, sino también el amor en una joven que viaja en tranvía. A partir
de ese momento la muchacha se convierte en objeto de silenciosa adoración para
el joven Manuel que la sigue en el trayecto circular del tranvía, sin que en
ningún momento pueda acceder a ella. De esta manera la ciudad y el tranvía se
convierten en cómplices de un idealizado sentimiento amoroso que se desliza
inalcanzable sobre los raíles.
La
obra de Manuel Vicent, fue publicada por la Editorial Alfaguara en 1997 y
trasladada al cine bajo la dirección de José Luis García Sánchez con un gran
elenco de actores, tales como Liberto Rabal, Ariadna Gil, Fernando Fernán
Gómez, José Luis Galiardo, Antonio Resines y Vicente Parra en su última
intervención en el cine, falleciendo poco después.
El
imaginario literario de Valencia tiene en esta obra todo un exponente para
bucear en una atmósfera de clichés urbanos muy peculiar, de olor a nata
recalentada de Barrachina, de limpiabotas, de las veladas de catch en la plaza
de toros, de los bocadillos de calamares de los Toneles y de los abundantes
tranvías. Toda una forma de entender la vida en aquellos lejanos cincuenta tan
diferentes a nuestros días.
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