Susana Gisbert. /EPDA Hay un virus que nos aqueja a mucha gente y no tiene reconocimiento científico. Al menos, que yo sepa. Se trata de la Ultimahoritis y yo vengo padeciéndolo desde siempre. Además, con frecuentes recidivas, una detrás de otra.
Seguro que la mayoría de las personas que me leen saben de qué estoy hablando. Es un virus muy potente que te impide organizarte a tiempo, o te obliga a aceptar más cosas de las que puedes hacer, o ambas cosas a un tiempo. Y, como dice la Biblia, luego llega el llanto y el rechinar de dientes.
Para quien lo haya sufrido y no haya sabido interpretar sus síntomas, los explicaré. Una, en su infinito optimismo teñido de ingenuidad, acepta determinada propuesta, pensando que tiene tiempo de sobra para hacer lo que sea. Se dice a sí misma que esta vez no le va a volver a pasar lo de siempre, que se va a organizar y se va a poner manos a la obra para tener la tarea lista al menos con un mes de antelación. De pronto, llega ese día, con el mes de antelación, y no hemos hecho nada aún. Bueno, se dice una a sí misma, no hace falta que sea un mes, con tenerlo una semana antes, sobra. Y llega ese día y tampoco está el trabajo listo. Y desde ese momento empieza un no sé qué a apoderarse de la boca del estómago que, en connivencia con nuestra conciencia, nos repite a cada rato que va a llegar el día y no llegamos. Al final, el día antes, no queda otra salida que robar horas al sueño para terminar la tarea con el agua al cuello. Y por supuesto, con la promesa de que eso no nos volverá a pasar.
Pero pasa. El ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, según un dicho popular, y la ultimahoritis es un pedrusco del tamaño de la Catedral de Burgos, por lo menos. Es una infección peligrosa que entra en nuestros cuerpos desde nuestra más tierna infancia y no se acaba nunca, convirtiéndose en crónica. Y nadie ha inventado la vacuna para no volverse a infectar. Ni siquiera cuando parece que lo hemos superado, porque hay cosas que sí hemos conseguido hacer a tiempo, en el momento más inesperado nos pilla en un renuncio y vuelve a la carga. Sin piedad.
Tal vez habría que crear centros para ultimahoristas anónimos, pero creo que no habría plazas suficientes. Por si acaso, empezaré yo. Soy ultimahorista. ¿Y tú?
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