Adrián Navalón. /EPDAUltras que se plantan en las clínicas en las que la mujeres van a abortar, ultras que quieren hacer chantaje a las mujeres y hacerles escuchar los latidos del feto como si vosotras no supierais tomar decisiones solitas. Ultras que desarman la sanidad pública y venden los trozos a empresas privadas multiservicios, ya sea el servicio de limpieza, la cafetería, las resonancias, el servicio de ambulancias o el hospital entero como los casos del hospital de Torrevieja o Alzira que hemos conseguido revertir. Ultras que abaratan el despido, que nos quieren trabajando 10 o 12 horas, que nos venden que compaginar dos y tres trabajos es libertad de las trabajadoras y trabajadores. Ultras que sacan tajada de cada contrato público, de cada obra, de cada servicio privatizado y que luego dicen que les ha tocado la lotería como las sobrinas de Rita Barberá o Fabra. Ultras de la moda galega, del BBVA, del Santander y de CaixaBank, ultras del palco del Bernabéu que no pagan impuestos, que explotan aquí y allá, que financian guerras y que ocultan patrimonio en paraísos fiscales. Ultras del famoseo, cantantes desnochados y antivacunas y presentadoras que compran seres humanos, estrellas de la salsa rosa, telepredicadores y ultras con espacios televisivos de máxima audiencia. Ultras con toga, con placa, con cargo en el estado profundo. Periodistas ultras a sueldo del establisment que intoxican, atacan, mienten... y encumbran.
Moderados y moderadas, integrados en las élites, con buena fachada y discurso amable. Vestidos con chaquetas de todos los colores y con un fondo de armario considerable. Pasan de la chaqueta de pana, el puño y la rosa a la patronal, o de la patronal a la chaqueta de pana como el concejal de turismo de València, García Domene, que igual pertenece a la patronal, que a la fundación Bancaja que te dirige Turismo (y te gestiona con menos energía la concejalia de Salud). Moderados que piden que no se haga ruido, pero el ruido de la vida es ensordecedor. La Ley Mordaza sigue viva, la Ley de Vivienda no sale. En València la vivienda pública se estanca mientras los precios de alquiler nos ahogan y las hipotecas siguen subiendo sin otra alternativa. Moderadas que no tienen prisa por los cambios, que no sufren las calamidades de la Cañada Real sin energía. La prisa de los desdentados, de los que tiene urgencias vitales, no empuja en los despachos enmoquetados de moderados. Moderados con treinta años de carrera pública, moderados que no tiemblan al ir de la mano del PP de vez en cuando, ni en ponerles medallas a exalcaldesas. Moderadas que no dan explicaciones, ni aquí ni allá, ni por cobrar lo que no debían ni porque su partido esté conectado con tramas corruptas del PP. Un azud es un muro que desvía el agua hacia una acequia, o es también un caso en el que sobretodo PP, pero también PSOE, desviaban los dineros de todos a sus cuentas y sus campañas. Moderados y moderadas.
Y la cruda realidad, el análisis de las urgencias, el retrato fiel de un país, de una comunidad o de una ciudad que nos debe empujar para la acción política. Usted y yo sabemos que el alquiler está desbocado, que hay gente forrándose con el dinero de la juventud. Usted sabe que a esa juventud buena parte del empresariado todavía le toma el pelo.
La cruda realidad de una sanidad pública que está constantemente amenazada y sufre una ofensiva diaria. Una educación pública que necesita recursos, humanos y económicos, pero que no interesa a ciertos sectores sociales que la destruirían de bien grado y a otros que no les urge porque pueden todavía pagar un cole privado o concertado. Un Servicio de Ayuda a Domicilio que en València está en manos empresas privadas, una de ellas, Clece, de Florentino Pérez. La cruda realidad de que los cuidados de nuestros mayores en residencias y centros de día están en gran medida privatizados o subcontratados y que sus trabajadoras son maltratadas.
La cruda realidad de que en las ciudades mandan más las constructoras, las promotoras, los fondos de inversión y las web como Idealista que las urnas. La cruda realidad de que el medio ambiente es todos los días agredido, de que el medio rural se va a convertir si no lo impedimos en la nueva burbuja, esta vez de las renovables. La cruda realidad de que la polémica macroampliación de puerto, diseñada por las grandes navieras para financiar su reconversión, va a cargarse las playas de sur y de la Albufera, con DIA y sin DIA.
Podemos tradujo electoralmente la cruda realidad que puso sobre la mesa el 15M. Podemos transformó esa cruda realidad en un movimiento constituyente, en un movimiento que cuestionaba los cimientos de nuestro país. Ese momento, ese cuestionamiento sigue plenamente vivo y vigente, la tarea necesita más esfuerzos, y más confianza popular. Hemos demostrado que unas cuantas cosas des esas cosas que eran imposibles, populistas o radicales se podían hacer y resultar de lo más normal del mundo. Que no nos atenacen los ultras; que la moderación no frente la tarea inacabada. La transformación necesita más impulso, necesita una correlación de fuerzas diferente y en favor de quienes sabemos (y sufrimos) de la necesidad de atajar las urgencias. En Podemos hemos demostrado ser la fuerza decisiva para multitud de avances, y somos conscientes de lo mucho que queda por hacer. No nos andamos con medias tintas ni con ambigüedades, vamos de frente y enfrentamos el poder no democrático que roba nuestro futuro. Transformar la impugnación en acción, la necesidad en soluciones, la rabia en debate y en política, para eso servimos, que no es poca cosa. ¡Sí se puede!
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