Juanma Badenas. / EPDAUn año desde que los valencianos decidieron dar un giro al gobierno de los asuntos públicos de nuestra ciudad. Ha transcurrido deprisa, pero han sido muchas las cosas que han cambiado. Para algunos lo más llamativo sea la gestión del tráfico de nuestras calles principales (la de Colón, por más señas), la vuelta a los niveles de empleo del año 2008, la limpieza de los alcorques, la poda de las palmeras, la renovación de los contenedores de basura, la exención del pago de la O.R.A. durante el mediodía, o la reducción de los impuestos y las tasas municipales. Sin embargo, ha habido más, se han recuperado o ensalzado tradiciones disminuidas por los gobiernos del Rialto, como la cabalgata de los Reyes Magos, el Te Deum en la catedral el 9 d’Octubre, se han establecido por primera vez ayudas para el emprendimiento agrícola, otras para el reemprendimiento, cañones antiincendios en la Devesa de El Saler y otras cosas más que no cito por no aburrir al lector.
No obstante, si me tuviera que quedar con lo que ha significado el cambio más importante en el gobierno de la ciudad de Valencia acaecido durante las últimas 57 semanas señalaría que por fin los valencianos empiezan a tener, después de 8 años, una gestión de los asuntos públicos no guiada por el supremacismo moral.
El gobierno del Rialto clasificó a nuestros vecinos como ciudadanos de primera y de segunda. De primera, aquellos que comulgaban con su manera de pensar y su ideología, los cuales se podían considerar como ciudadanos “buenos” o “ejemplares”. De segunda, el resto. Lamentablemente entre los “malos” o “no ejemplares” nos incluíamos la inmensa mayoría, por el mero hecho de tener que utilizar por ejemplo, nuestro vehículo para entrar o salir de la ciudad o para transitar por ella. Ahora ya tenemos un gobierno municipal sin supremacismos morales o idelógicos. Gobernar una ciudad no debería ser una cuestón ideológica, sino de gestión del interés general, con eficiencia y eficacia.
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