Sara Palma. EPDAExigir honestidad a un cargo político del PSOE es, a día de hoy, como exigir a un pez que trepe un árbol. Una exigencia tan desproporcionada, por la expectativa, como cruel, por las aptitudes del sujeto. No obstante, conviene enfocar los peligros que conlleva sacar la honestidad de la ecuación de la política. Cuando todo es susceptible de ser mentira, los ciudadanos se desafectan y se alejan de los servidores públicos y la fundamental tarea que estos realizan. Cuando la verdad es la anécdota, la confianza desaparece por el sumidero.
Corría el año 2015 cuando Juan Antonio Sagredo se presentó por primera vez a la alcaldía de Paterna. Su campaña fue un alarde de esto que se llamó “nueva política”. Un concepto que caló, en toda España, en una sociedad harta de la política de siempre, pero que en casos como este no supuso otra cosa que disfrazar la política de siempre con unas zapatillas de deporte y una camisa arremangada. Sagredo repartió su currículum entre los vecinos, firmó ante notario compromisos peregrinos y regaló frases bienintencionadas como aquello de “si soy alcalde, sólo lo seré ocho años”, “nadie debería acumular cargos” o “un municipio como Paterna necesita un alcalde a tiempo completo”.
Nueve años después, a Sagredo le bastaron tres meses para terminar de desmontar la falacia. Primero, presentándose a la alcaldía — enmendando su propio compromiso temporal — y, luego, sumando su candidatura al Senado. Puro manual socialista.
El reflejo de un PSOE en el que Sánchez ha convertido en honorable incumplir lo prometido. El resultado de asumir la mentira, no como un vicio reprochable, sino como una virtud que admirar. Y, sí, el Sagredo de 2015 tenía razón en algo.
Paterna es un municipio vivo, diverso y grande. Lo suficiente como para requerir un alcalde a jornada completa. Mientras Sagredo se sienta en el AVE, los vecinos se preocupan por la accesibilidad en sus barrios. Mientras dedica tiempo a pasear por Madrid, los vecinos viven preocupados por la seguridad en sus calles.
La política debería consistir en firmar un compromiso honesto con tu gente. Si prometer lo que no sabes si podrás cumplir es grave, lo es mucho más prometer lo que sabes que vas a incumplir. Esto último, aunque las urnas te inviten a pensar lo contrario, no te convierte más que en “un buen mal político”.
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