Rafael Escrig Fayos.
Es
pertinente, ahora que estamos celebrando el centenario de la Primera
Guerra Mundial (1914–2014) que hablemos del minuto de silencio. Les
contaré como anécdota que fue uno de los soldados combatiente con
el ejército británico, el australiano Edward George Honey quien
apuntó la posibilidad
de
que la conmemoración prevista para el primer aniversario del final
de la guerra (el armisticio se firmó el 11 de noviembre de 1918),
comenzara con dos minutos de silencio como muestra de respeto a todos
los caídos.
A
la propuesta se hizo eco el diario Evening News y el rey Jorge V dio
el visto bueno para que así se hiciera. Ese es el antecedente del
tan llevado y traído “minuto de silencio” que cumple ahora
noventa y cinco años. Desde entonces, pero con más frecuencia en
los últimos años, han sido millones los minutos de silencio que se
han repartido por todo el mundo.
Toda
manifestación de repulsa, de duelo, de respeto, de homenaje… ha
sido precedida de ese minuto de silencio, unas veces han sido dos
minutos y otras cinco, pero en total, no creo aventurarme demasiado
con lo de millones. No hay día en que la prensa, la radio o la
televisión, no nos den la noticia de que, por una u otra causa, se
ha celebrado un minuto de silencio en alguna parte del mundo. Las más
recientes serán en las
noticias
de hoy.
Un
minuto de silencio es de las cosas más impresionantes que podemos
vivir. Ese silencio que nos recoge y nos enfrenta al dolor de los
demás es la mayor muestra de solidaridad que hayamos podido
inventar.
Y
ese tiempo de silencio es importante, porque rompe la monotonía de
las palabras que vemos tantas y tantas veces que no conducen a
ninguna parte.
El
silencio, a veces, es un grito con el que podemos expresar mucho más
que con palabras. Quizás el más sobrecogedor de todos sea el que se
celebra todos los años en Varsovia, el 1 de agosto, a las cinco de
la tarde, fecha en que se conmemora la resistencia contra los nazis
en 1944, donde murieron más de doscientos mil personas, en su
mayoría mujeres, ancianos y niños. Ese silencio que congela toda la
ciudad y suspende a todos, es una enorme muestra de dolor y de
respeto para todos los que perdieron su vida frente a la barbarie
nazi; para que nunca la olvidemos.
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