Leopoldo BoníasJosé Antonio Labordeta protagonizó una conocida serie
televisiva en la que participaba a su vez como guionista titulada Un país en la mochila. Los episodios nos acercaban a las diferentes
tierras de la geografía española y personajes autóctonos explicaban sus
costumbres y sus actividades bajo la atenta mirada del también cantautor.
Labordeta, además, nos mostraba todos los detalles que rodeaban a las comarcas
que visitaba con un gran espíritu didáctico acompañando con ingeniosas frases
sus descripciones que no sólo hacían mas amenas e instructivas sus
explicaciones, sino que nos permitían reflexionar sobre los comentarios con las
que las aderezaba.
Así, recuerdo que en una ocasión cuando se encontraba en un
pueblo que antaño tuvo su auge con la minería y el narrador aragonés explicaba su despoblación con el cierre de
las canteras. Se detuvo frente a un magnífico colegio allí construido para
después de explicar la única presencia de poco más de una decena de niños
cursando estudios en el mismo.
Y es que – decía Labordeta - se aprobó la
construcción en plena efervescencia del sector minero en la comarca en una
época donde no era raro encontrar familias con más de cuatro vástagos.
Sin
embargo, con el cierre de las minas y la salida masiva de familias de la zona,
la construcción de tan gran colegio público ya no tenía sentido pero la
Administración ya había iniciado su ejecución e
innecesariamente terminó su construcción según el proyecto adjudicado. José Antonio Labordeta concluía
cariacontecido con una lapidaria frase; “Y es que los actos de la
Administración son imparables por muy absurdos que sean”.
La semana pasada me encontré a un amigo
preocupado porque se hallaba en
una situación que me hizo recordar la escena del colegio sin apenas alumnos de
Labordeta.
Me cuenta que se había
presentado el cartero del pueblo en el que vive y le había diligenciado una
notificación por la que se le incoaba expediente sancionador por no identificar
al conductor en una infracción cometida con el vehículo de su propiedad con
propuesta de sanción de 1.200 euros.
No
sabía nada del asunto hasta recibir el comunicado y se personó en el
Ayuntamiento de Valencia para ver el expediente y me rogó le acompañase.
Resulta que había sido denunciado con una multa que de haber tenido
conocimiento de la misma hubiera zanjado el asunto abonando 200 euros en
periodo voluntario.
Una empresa contratada por el ayuntamiento no pudo hacerle
la notificación para que identificase al conductor de la infracción con multa de 200 euros en el
domicilio donde vive. Todo el pueblo sabe que en el piso de arriba vive su abuela
y en la puerta de enfrente su tía.
Al estar
ausente, se publicó la notificación en el diario oficial y se consideró
notificado. Evidentemente, el pobre no tuvo conocimiento de la publicación y no
identificó al conductor ignorante de la comisión de infracción alguna.
Una vez
se anula la sanción que origina el procedimiento administrativo, se procede a
incoarle otro por no identificar al conductor de su vehículo donde la multa es
ya de 1.200 euros y ahora sí se notifica correctamente. Sorprendentemente la
empresa contratada por el ayuntamiento utiliza el Servicio de Correos y es
ahora el funcionario de la oficina postal el que sin ningún problema hace la
notificación.
El cartero del pueblo conoce los vecinos y sus familiares y sabe
hacer bien su trabajo. Lo que se podía haber resuelto pagando 200 euros le va a
costar al afectado 1.200 euros porque el procedimiento administrativo es
correcto y conforme a lo establecido en la ley.
Este ciudadano multado ahora con 1.200 euros sí que lleva la
Administración de un país en la mochila. En fin, crucemos los dedos y esperemos
nunca nosotros sufrir una situación análoga a la que todos estamos expuestos, porque
como bien decía Labordeta, “los actos de la Administración son imparables por
muy absurdos que sean”.
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