Salvador Albert, último carnicero de la familia, cuyo negocio cumple 100 años en Picassent. EPDA Todo comenzó por un mal año para las cebollas. La familia Albert, de Picassent, había dejado de recoger algarrobas y había alquilado un terreno de cultivo. Los naranjos tampoco fueron rentables y decidieron plantar cebollas, pero ese año nadie las pagó y alguien les dijo que las usaran para hacer morcillas. Era 1914 y tenían cuatro hijos a los que alimentar, así que se pusieron manos a la obra. “Compraban los cerdos que criaban otras familias en casa y con el mismo carro y mulo con el que llevaban las algarrobas, iban a vender las morcillas, que tuvieron mucho éxito. Incluso iban a Bétera”, explica Salvador Albert, que representa la cuarta generación de carniceros de esta familia, cuyo negocio ha cumplido 100 años.
No había neveras por lo que compraban los cerdos entre varios carniceros, animales criados en Picassent, Montroy, Montserrat... y eso les permitió ampliar su oferta y hacer otro tipo de embutido como chorizo o las tradicionales ‘longanizas de anis y canela’ de Picassent. “Aún hoy vendemos el mismo embutido tal y como se hacía antes, de forma artesanal”, subraya el protagonista.
FONT DE L’OM
También vendían su aclamado embutivo a los veraneantes que disfrutaban de las aguas terapéuticas de la Font de l’Omet, pero poco después llegó la Guerra Civil española. “Entonces no habían animales para comprar y se iban a Valencia, al extraperlo, y lo que compraban lo traían escondido”, recuerda Salvador, fruto de los relatos que su padre le contó. “Mi bisabuela Concha, la fundadora, ayudó a cuanta gente pudo durante la hambruna, es algo que se recuerda en la familia”, añade.
El negocio despegó definitivamente cuando llegaron las primeras neveras de hielo al país, entre la década de los años 50 y 60. Los hermanos se separaron y pusieron sus propias carnicerías, tres en Picassent y una en Silla, y ahora no sólo se vendía embutido si no cortes de varios tipos de carnes.
“Además se iba a las casas a ayudar a hacer el embutido o a matar a los animales que cada familia se criaba. Por entonces en los bajos de algunas fincas habían vacas o cerdos”, rememora el carnicero, “eran otros tiempos”.
ÚLTIMA GENERACIÓN
El padre de Salvador está ya jubilado y él es la última generación de carniceros, ya que no cree que los jóvenes se interesen por este negocio: “este sector ha cambiado mucho. Antes no había supermercado ni coches, se vivía bien, por eso comenzó mi familia y pudo dar de comer a todos sus hijos. Ahora la carnicería me da la vida pero también me la quita porque requiere una dedicación absoluta y no es tan rentable como antes, a pesar de la buena relación calidad precio. Somos David contra Goliat”.
Él mismo reconoce que no es un sector atractivo para las nuevas generaciones pero, al igual que en los inicios de la saga de la carnicería Albert, “la necesidad impera y si no hay otra cosa tendrán que coger el testigo las próximas generaciones”.
A pesar de que “creía que no llegábamos al centenario porque son tiempos difíciles”, a mediados de septiembre celebraron una fiesta en la calle Cervantes de Picassent. por el siglo de historia de la familia Albert.
SALUD Y TRADICIÓN
Carnicería Albert sigue haciendo el embutido como hace 100 años. Aunque por normativa han de echar un conservante en los productos frescos, como a las longanizas, las morcillas son 100% naturales y saludables, ya que el 90% está hecha de cebolla fresca hervida por ellos mismos. “Como lo hacía mi bisabuela”.
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