Susana Gisbert
Quienes me conocéis, sabéis que soy optimista. Pero, aunque no lo fuera, los números cantan, y cantan que hay salida. Cada día es menor el número de contagios y también el número de fallecidos, por más que haya cenizos que solo ven lo negativo.
No obstante, no llevo una venda en los ojos. Soy perfectamente consciente de la magnitud de lo sucedido, algo que nunca pensamos que viviríamos. Pero no me impide empezar a mirar más allá, y hacerme la pregunta que, en el fondo, todo el mundo se hace: ¿Qué haremos a la vuelta?
Abrazos y besos a cascoporro es la respuesta más popular, si de una encuesta se tratara. Incluso para quienes, como yo, nunca hemos tenido excesiva afición a muestras públicas de afecto, hoy las necesito. Tal vez la primera secuela de esta pandemia habrá sido convertirnos en abrazoadictos. Que sea en buena hora.
Si hay algo que echamos de menos como pocas cosas es la calle, con lo salidores que hemos sido siempre. Las terrazas se volverán objetos de deseo, artículos de lujo, pero no es para menos. Después del confinamiento obligatorio, necesitamos calle. Comentaba con unas amigas por videollamada -otra de las nuevas adicciones- que como a alguna se le ocurriera planear la próxima cena en una casa, no respondía. Todas estuvimos de acuerdo, incluso para mostrar nuestras recién adquiridas habilidades culinarias, sería al aire libre. Bye, bye cuatroparedismo.
No me olvido, por supuesto, de quienes quieren -queremos- recuperar nuestras Fallas, nuestra Semana Santa, nuestras celebraciones en stand by. Ojalá podamos olvidarnos de una vez de ese botón de pause y le demos al de on con toda la energía del mundo. Nos lo hemos ganado.
Y lo que nunca pensamos que pasaría. Tenemos ganas de volver al colegio, a la universidad, al trabajo, a la rutina. Tenemos ganas de vivir otra vez cada lunes como si fueran un drama y cada viernes como una fiesta. Tenemos ganas de que los sábados tengan algo más de chica que una discomóvil balconil, y que los aplausos a los sanitarios se puedan dar en vivo y en directo y cuando nos dé la gana. No olvidaremos que cada día a las 8 aplaudíamos, pero tampoco olvidaremos a esos vecinos y vecinas con los que nunca habíamos cruzado una palabra y que se han convertido en parte de nuestro universo. Que el vecinismo continúe como una buena costumbre.
Quedémonos con lo bueno y que lo malo nos sirva, la menos, de lección. No podemos resucitar a quienes se han ido, pero sí podemos homenajearles creando un futuro mejor.
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