Imagen de la monja Úrsula Micaela / Foto: Ángel BeitiaEn la Alicante del siglo XVII, un lugar donde el mar traía no solo mercancías, sino también la terrible peste y rumores llenos de superstición, una mujer comenzó a tejer una leyenda que aún perdura con el paso del tiempo. Su nombre era Úrsula Micaela Morata, nacida en Cartagena en 1628, hija de un soldado y de una mujer de profunda fe. Sobrevivió a una peste que acabó con casi toda su familia, y, contra todo pronóstico, su piel permaneció intacta. Ella lo atribuía a la intervención divina; otros, simplemente, no sabían qué pensar. Pronto se unió a la orden de las Clarisas Capuchinas, y ahí fue donde comenzaron las historias. Se decía que tenía el don de la bilocación: podía ser vista orando en la capilla y, al mismo tiempo, ayudando a enfermos en barrios lejanos. También se afirmaba que tenía visiones y premoniciones, y que conocía secretos que nadie le había revelado. Su fama llegó hasta la corte, donde Carlos II y su hermanastro Juan José de Austria buscaban su consejo. En 1672, fundó el convento de las Capuchinas en Alicante. Dentro de sus muros, se hablaba de perfumes florales que aparecían sin flores, luces que iluminaban celdas cerradas y cartas que llegaban sin mensajero. Úrsula documentaba todo con humildad, como si lo extraordinario fuera parte de la vida cotidiana. Sin embargo, fuera del convento, no todos estaban convencidos. Algunos, en susurros, decían que ningún don podía ser tan prodigioso sin un precio; que tal vez, como muchas mujeres tocadas por lo extraño, caminaba por un sendero demasiado cercano a lo prohibido, coqueteando con lo maligno. Nunca se probó nada, y la Iglesia siempre la consideró una hija fiel. Aun así, los rumores añadieron una sombra inquietante a su luz.
Murió en 1703, pero su enigma no terminó allí: más de tres siglos después, su cuerpo permanece incorrupto, despertando devoción, con el rostro sereno, la piel intacta, siendo un faro de fe; para otros un enigma por descifrar. Su proceso de beatificación sigue abierto, y todavía hoy su figura divide entre quienes ven en ella a una santa tocada por la gracia y quienes creen que hay misterios que escapan a toda explicación.
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