Pere Valenciano. València no es Grezzilandia ni puede convertirse en una ciudad planificada por una persona que quiere imponer un modelo que perjudica a la inmensa mayoría de sus habitantes y a las decenas de miles de personas del área metropolitana que acuden a la capital a trabajar, a comprar o a disfrutar del ocio que ofrece el ‘cap i casal’.
La València del Siglo XXI no puede construirse bajo la planificación de una persona que representa a un grupo reducido de ciclistas, que merecen todo el respeto, pero un puñado de personas no puede imponer el modelo de una ciudad que debe armonizar la vida de peatones, ciclistas y conductores, sin olvidar los nuevos medios de transporte como patines, patinetes y otros que vayan surgiendo sin descartar que cualquier día Grezzi nos aparezca, para llamar la atención, en una de las escobas de Harry Potter que estos días pueden verse en la exposición del universo mágico de Hogwarts por la capital.
València no puede ser sólo para los ciclistas. Lógicamente no podía castigar, como sucedía hasta ahora, a este colectivo, entre los que me encuentro. Pero no puede primarse la movilidad de los ciclistas por encima de los conductores ni de los peatones. Grezzi, una de las personas más coherentes pero también sectarias del panorama municipal, no puede imponernos el modelo de ciudad de su grupo de ‘amici’.
La pregunta es ¿Queremos una ciudad con menos coches? Perfecto. De lujo. Entonces la solución no pasa sólo por hacer carriles bicis por calles en las que se impide la rápida circulación y se pone en peligro a los vecinos cuando hay una emergencia. Si quiere una medida disuasoria efectiva y que no criminalice a quien usa vehículo de cuatro ruedas porque tiene la mala costumbre de ir a trabajar cada día -miles de personas van de València a municipios próximos cada día y viceversa-, entonces la apuesta efectiva es la de invertir en un transporte público adecuado. Si Europa sirve de modelo para la política de carriles bici -Grezzi no se ha inspirado en su caótica Italia natal-, también debería serlo para invertir en transporte público de calidad, al estilo de Londres, París, o sin irnos tan lejos, Madrid o Barcelona. Dicho para ‘grezzianos’, la política de movilidad adecuada pasa por un transporte público con frecuencias dignas -cada 5 minutos máximo-, especialmente en las líneas de Metrovalencia; unas decentes conexiones con el casi millón de habitantes del área metropolitana; y, naturalmente, aparcamientos en las entradas de la ciudad para evitar la tentación de llevar los coches al corazón de la misma, amén de recuperar la opción de poder estacionar de 22 a 8 horas en el carril de bus-taxi, que sirve especialmente los fines de semana para acudir a cenar o difrutar de la oferta de ocio en barrios complicados como Russafa o el Carme. Ésta es la València del Siglo XXI.
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