Héctor González. /EPDA
Me lo comentaba Paz, propietaria del negocio La Ruta de la Seda, un local con productos de diseño singular y una maniquí aposentada en su puerta. “Se nota mucho la caída de turistas. En muchos países piensan que la ciudad de Valencia está destrozada por la DANA y no vienen”, decía mientras explica por qué abre de lunes a domingo hasta pasadas las nueve de la noche. “Si no estás, no vendes”, reafirmaba.
Este argumento, el de la sensación externa de que la desolación de la dana ha dejado devastada fisicamente Valencia, me lo han repetido en las últimas semanas diversas personas que observan con pesar cómo el descenso de visitantes genera el desplome de sus negocios. Sobre todo afecta a nuevos locales comerciales y restaurantes que habían acoplado su oferta a esa bonanza turística de los últimos años.
En diciembre un guía local cifraba, en uno de los interesantes recorridos turísticos organizados por el Ayuntamiento, la disminución de visitantes en un 80% respecto a meses predana. Otro restaurador sostenía que sus reservas de mesa se han reducido hasta un 30% de las que tenía a principios de octubre.
Si la simplificación de la parte por el todo ha beneficiado a la ciudad cuando se refiere a calidad de vida en la Comunitat Valenciana y en la provincia y se cita a Valencia, la desoladora riada que arrolló L’Horta Sud la ha perjudicado desde ese prisma reduccionista.
Se habla, en medios internacionales, de la dana de Valencia y ahí no se especifica si provincia o ciudad. Resulta más sencillo aludir a un topónimo conocido que alargarse a citar alguno de los más de 70 municipios arrasados.
Y Valencia, realmente y excepto espacios como los de las pedanías de La Torre o Castellar, no sufrió la virulencia de aquella trágica tormenta. De hecho, apenas llovió ese día y muchos de sus moradores continúan sin calibrar la magnitud de la tragedia que ocurrió a escasos kilómetros. Valencia sigue radiante. Y toda la provincia continúa brillando.
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