Héctor González. /EPDA
Valencia vista desde sus entradas. /EPDA La primera impresión que llega a quien visita una ciudad es la de su aeropuerto, su estación de trenes o, si se desplaza en autobús, camión, autocaravana o vehículo particular, la de los edificios iniciales y espacios comunes que cruza. Sobre esa imagen primigenia para quien viene en un vagón sobre línea férrea ya hemos escrito en sendos Curioseando Valencia. Respecto al aeropuerto, se halla en el término de Manises; en cambio, en lo que afecta a calzadas sí que podríamos detallar más.
La ciudad, pegada a la coste este española, tiene tres grandes entradas: dos sobre puentes y una por túnel. Desde el norte penetramos atravesando el término de Alboraya por la avenida Cataluña. Lo hacemos con la mirada puesta en Port Saplaya, el mar en la cercanía y los huertos que circundan aquel municipio colindante, el barrio de Benimaclet y la Universitat Politècnica. Un paisaje más bien rural que se acaba al meternos en el túnel que ya nos conducirá a Blasco Ibáñez, Mestalla…
Si entramos desde el oeste nos topamos con la continuación de polígonos industriales de Ribarroja, Manises y, principalmente, Quart de Poblet, para elevarnos sobre el puente de Xirivella y desembocar en Valencia por la avenida del Cid, una extensión de carriles entremezclados entre el término municipal de la metrópoli y los limítrofes de Mislata y, de nuevo, Xirivella, esta vez representada por el Barrio de la Luz.
Y si nos adentramos en la urbe desde el sur, desde la pista de Silla, también nos alzaremos sobre el puente que atraviesa el cauce nuevo del Túria y bajaremos hacia la rotonda de los anzuelos y la avenida Ausiàs March. Si giramos nuestra mirada –ubicados en la cima de este puente- hacia la izquierda contemplaremos el enorme edificio blanquecino del hospital La Fe. Y si lo hacemos a la derecha igual podemos atisbar algo de la tranquila barriada de La Fuente de San Luis. Por lo demás, Malilla, avenida de la Plata y seguimos hasta Peris y Valero.
De las tres, me quedaría con la primera si las tuviera que valorar por belleza. Y lo haría por su mezcla de huerta y mar. No obstante, prefiero una cuarta, la que llega desde El Saler, con puente y túnel y la panorámica de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, uno de nuestros mejores embajadores visuales. Y antes, la bucólica La Punta.
Y si me preguntaran por dónde no me gusta entrar, diría un quinto acceso. Me refiero al de Tavernes Blanques, entre casas abandonadas, rótulos que han perdido el color y un edificio emblemático, el de San Miguel de los Reyes, cuyo entorno no le rinde precisamente honores.
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