Rafa Tomás. La verdad es que no es nada
fácil en nuestra rancia y prehistórica sociedad conseguir que el tiempo de
veraneo sea un tiempo útil para entender mejor la realidad en la que vivimos.
Eso del pan y circo funciona perfectamente desde hace muchísimos siglos y los
que mandan saben que, si hay menos pan, tendrá que haber más circo. Y el verano
fundamentalmente es un tiempo de fiestas, de procesiones, de toros y
vaquillas, de comilonas, de bailongos nocturnos, de excesos de bebidas, de
ruidos insoportables hasta horas innecesarias. Y por eso los Ayuntamientos, de
todos los signos, aprovechan ese tiempo que históricamente era el de unos días
de descanso para los jornaleros después de sus esfuerzos laborales en las
cosechas de cada año y lo utilizan incluso para fortalecer absurdas señas de
identidad. El sistema consigue que casi nadie pida cuentas por ese despilfarro
y por esa insensatez y nadie pide que se recorte en esas actividades, recortes
que podrían servir para mejorar otros servicios o para mejorar alguna
infraestructura. Las fiestas pueden ser muy normales, pero que se las pague el
usuario y que no se conviertan en obligación común del pueblo. Pero no hay
forma de hacer un cambio en profundidad en la sociedad española ni con la
seudomodernización postfranquista. A lo mejor tiene razón un impresionante
novelista como es Antonio Muñoz Molina,
que en su extraordinaria novela “La noche de los tiempos”, le hace contestar al
protagonista a una extranjera sorprendida por matices de la cultura española:
“No tomes por exotismo lo que es sólo atraso. A los españoles nos ha tocado la
desgracia de ser pintorescos”.
Pero también se puede vivir el
veraneo sin dejarse empapar por eso que el sistema pretende. Tenemos mucho más
tiempo libre, podemos disfrutar de relaciones personales y familiares con mucha
más intensidad que en nuestra vida cotidiana. Podemos tener mucho más contacto
con la naturaleza, porque podemos andar con más tiempo y por más sitios. Aquí
tenemos el privilegio del mar con una costa que podemos disfrutar desde el
malecón del Puerto hasta las Casas de Queralt, paseándola y recorriéndola de
arriba a abajo y nos podemos bañar en infinitos espacios. Podemos viajar y
conocer espacios nuevos, pero eso también lo hemos de hacer con sentido
crítico, no por consumismo, sino aprendiendo realmente esa nueva realidad que
se abre ante nuestros ojos y disfrutando de ella, sin prisa y con mucha
atención, y con mucha nueva información. Y
una de las mejores experiencias del veraneo es la posibilidad de intensificar
nuestra experiencia de la lectura. Leer nos enriquece a niveles insospechados
y por eso el sistema trata de que marginemos la lectura seria y rigurosa. El
sistema quiere que nos convirtamos en devotos de la seudomodernidad digital, de
ver cosas en diez segundos, pero sin profundizar en ninguna, sin buscar las
causas, sin matizar el por qué de lo que sucede. Leer novelas nos puede dar un
placer inmenso y nos puede abrir a conocer y compartir experiencias, que nunca
habíamos vivido, y nos incita a preguntarnos el por qué de tantas cosas y nos
introduce en el misterio de la belleza de la palabra y de las imágenes y
sentimientos que con ella se pueden expresar.
Y así no nos
olvidaremos de la realidad que compartimos y la podremos entender con un
sentido más crítico. El sistema quiere que el veraneo sea un tiempo entre
paréntesis, de circo, de olvido de la dura realidad. Pero nosotros tenemos que
decir que no. En Sagunto no nos podemos olvidar de los niños y niñas con
dificultades para comer cada día, ni nos podemos olvidar del estado siniestro
de tantas de nuestras calles, ni de las consecuencias nefastas de la recién
aprobada ley para la educación, ni de la grave crisis industrial que se cierne
sobre nuestro municipio sin ninguna medida realmente eficaz, ni del abandono
histórico de tantas posibilidades patrimoniales. El tiempo de veraneo nos ha
de servir para recuperar fuerzas para continuar esa lucha contra el populismo,
contra las mentiras fiscales, contra la corrupción de tantos sectores de
nuestra sociedad y contra el conservadurismo profundo, que sigue estando en lo
más hondo de la gente hispánica. Ha de servir para conocer mejor la realidad,
para analizar con más rigor desde nuestra mayor libertad personal y para
llegar a la conclusión de que hemos de comprometernos mucho más, que no basta
con el cabreo, sino que hemos de estudiar más, hemos de salirnos todo lo
posible del sistema, no nos hemos de creer sus mentiras y el verano nos ha de
servir para preparar mejor nuestra colaboración real y cotidiana frente a la
Banca, frente a los poderes económicos, frente a la clase política en la medida
en que viva encerrada en sí misma. Y así podremos acabar siendo más críticos/as
a favor de la gente que más lo necesita.
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