Susana Gisbert.Ahora
que todo – o casi todo- el mundo ha vuelto de vacaciones, incluida
esta columna, es un buen momento para hacer un pequeño balance de un
verano que ya va poniendo el cartel “the end”
Aparte
de cotilleos varios, divorcios, casamientos, peleas familiares y
saraos múltiples, hay algunas cosas que recordaremos de este estío.
O que deberíamos recordar.
La
primera es que, después de muchos años, se ha acordado la
exhumación de Franco. No me voy a extender sobre ello, que ya han
corrido, y correrán, ríos de tinta. Pero sí me gustaría hacer
hincapié en algo que me sorprendió y me preocupó a partes iguales.
Mi hija de 17 años me comentó, al respecto de esta noticia, que
había mucha gente de su edad que decía que estaba harta de ese
tema, que lo de Franco no había sido para tanto.Tal cual lo digo.
Y
lo peor es que esos mismos adolescentes bailan despreocupadamente al
ritmo de un Maluma -o similar- que destila machismo por todos sus
poros sin darse cuenta ni siquiera de las barbaridades que dice,
Quizás piensen que tampoco es para tanto. Y, posiblemente, tampoco
tengan idea de cuantas mujeres ha asesinado la violencia machista
este verano, ni este año, ni siquiera este siglo.
No
sé qué hemos hecho mal, pero mucho tiene que ser para que a estas
personitas, a punto de entrar en la mayoría de edad, les importen un
comino estas cosas. Pero mal vamos.
Aunque,
si pensamos cómo nos comportamos los adultos, tampoco podemos pedir
peras al olmo. El numerito de la puesta y quitada de los lazos
amarillos me ha recordado poderosamente a una anécdota de mi hija
–en este caso la mayor- cuando no tendría más de cuatro años.
Como quiera que yo, madre primeriza, me empeñara en debutar como
mamá de muñeca repollo llenándola de lazos, la niña se rebeló.
Se negó –y se sigue negando, ahora ya mayor de edad- a llevar lazo
alguno, y se los arrancaba de allá de donde los viera. La sorprendí
con esa edad arrancándoselos de la ropa interior que con toda la
ilusión le había comprado su abuela, también primeriza en estas
lides. Y mira tú por donde que ahora, viendo esas escenas en la tele
en que poner o quitar lazos se convierte en razón de estado, me
acuerdo de mi hija y sus rabietas. Y no es para menos.
Y,
para redondear el verano, hemos tenido los dos crímenes que han
reactivado todas las escalas de morbo posibles. El que han dado en
llamar de “la viuda negra de Alicante” y el del concejal de
Llanes. Dos asuntos dramáticos que han hecho que televisiones y
periodistas sin escrúpulos se froten las manos. La excusa perfecta
para poner el circo mediático en marcha. Que no nos falte de nada.
Entrevistas con personas relacionadas, conjeturas varias, opinadores,
supuestas exclusivas sin dejar atrás a algún vecino en busca de su
minuto de gloria, que siempre los hay. Más de lo mismo.
Así
que ha sido un verano de lo más variado. O de lo menos, porque lo
importante sigue ahí y parece que poco importa. Y, como no
espabilemos, las generaciones futuras no nos mejoran, visto lo visto.
A
ver si con lo de no cambiar la hora cambia algo, para variar.
SUSANA GISBERT
(TWITTER @gisb_sus)
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