Susana Gisbert./ EPDA Una vez más, el verano ya está aquí. Con su canícula, sus olas de calor y sus tormentas de verano. Incluso con sus Juegos Olímpicos, que nos los debía la vida desde el año pasado y nos los ha devuelto con intereses. Pero esto, y poco más, es lo que queda de los veranos de toda la vida. Salvo, claro esta, la enésima reposición de Verano Azul, que eso no hay pandemia que lo evite.
Si echo la vista atrás y rememoro las vacaciones de mi infancia y mi adolescencia, hay un elemento que nunca falta en mis recuerdos. Las verbenas. Aquellas fiestas al aire libre donde, entre copas y música conocías gente y disfrutabas sin preocupaciones. En algunos casos, incluso, nacía el germen de lo que luego fue una pareja duradera o una familia todavía más duradera.
Las verbenas han sido una de las víctimas de la pandemia. En el mejor de los casos, pude haber un sucedáneo flojo con música que no se puede bailar aunque los pies nos lleven. Y con distancia, la peor enemiga de las verbenas de verano y de tantas otras cosas.
El pasado verano fue un espejismo. Creíamos que empezábamos a vencer al bicho y no concebíamos más olas que las del mar. Y a ellas nos rendimos, a falta de verbenas, con la esperanza de que sería el último verano descafeinado.
Por desgracia, no se cumplieron los presagios. O más acertado sería decir que sí se cumplieron los presagios pero no los deseos. El invierno trajo más olas que la playa en verano y volvió a llevarse, como un tsunami, toda esperanza de volver a ser tal como éramos. Aun tendremos que esperar un poco más para recuperar nuestras vidas.
Siento mucha pena por la juventud. Más allá de estigmatizaciones y generalizaciones injustas, hemos de pensar todo lo que se están perdiendo. Generaciones enteras que no vivirán su veranos de los 15, de los 18 o de los 20 con la despreocupación que pensábamos que nos pertenecía por derecho. Y que, en algunos casos, han perdido, además, a sus abuelos, o a algún ser querido. Mucho peor, sin duda, que perder las verbenas.
Además, este tsunami nos ha traído algo más, algo que tampoco pensábamos que se instalaría en nuestras vidas. Nos ha traído el miedo. Personas de todas las edades que no salen de casa por el temor al contagio, o a contagiar a la gente que quieren.
Esperemos que este sea el último verano sin verbenas. Aunque todavía nos queda la esperanza que esta vez cambie el final y no muera Chanquete.
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