Susana Gisbert. /EPDA A veces una letra cambia mucho el significado de una palaba. Es lo que ocurre, aunque no lo parezca, con “verano” y “veraneo”. Porque el verano llega, inexorablemente, para todo el mundo, pero el veraneo, no. O no, por lo menos, en el sentido convencional del término.
Cuando yo era pequeña, la mayoría de mis compañeras de colegio, al igual que yo, veraneábamos en todo el sentido de la palabra. En cuanto llegaba el final del mes de junio y se acababa el colegio, nuestras madres empaquetaban nuestras cosas y las suyas y nos trasladábamos a la playa, a la montaña o al pueblo de los abuelos. Porque por aquel entonces, por extraño que le resulte a quien no vivió esa época, las madres no trabajaban fuera de casa y marchaban con la prole fuera de la ciudad mientras el padre se quedaba haciendo aquello que dio lugar a esas situaciones que reflejaban las comedias de la época, quedarse “de rodríguez”. Todo un clásico que hoy, afortunadamente, ha quedado tan pasado de moda como las películas que lo reflejaban.
Hoy las mujeres se han incorporado al mundo laboral y ni pueden permitirse unas vacaciones ficticias tan largas, ni ganas. Porque para aquellas mujeres no había ni vacaciones ni veraneo. Esas vacaciones de las que tanto se hablaba consistían en cambiar de un lugar a otro donde igualmente se cocina, se plancha y se cuida de las hijas e hijos. Es decir, lo mismo y, en ocasiones, con menos comodidades, porque las segundas residencias, para quienes las tenían, o la casa del pueblo, nunca tenía las mismas comodidades que aquella en la que se vivía todo el año. Yo recuerdo ir de un lado para otro con el televisor, pero había quien, incluso, transportaba los colchones.
Curiosamente, aquellas mujeres que no tenían vacaciones se encontraron que, cuando les llegó el momento de descansar, tampoco les tocaba. Sus hijas, esas con las que pasaban los veranos en el lugar de no-veraneo para ellas, ya no pueden quedarse con sus criaturas como hacían ellas en cuanto acababa el colegio, así que echan mano de lo más fácil: la abuela. Y hete tú aquí que aquellas mujeres que nunca descansaban en verano siguen sin poder descansar porque sus hijas han conseguido lo que a ellas no les permitieron hacer. Y viven en un bucle eterno, hasta el infinito y más allá.
Ahora que se acercan las vacaciones escolares, pienso en ellas. Una generación de mujeres a la que no siempre hemos reconocido el valor de todo lo que han hecho. Así que vaya desde aquí mi pequeño homenaje.
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