Ayer conocí a un matrimonio de argentinos, concretamente
de Mar de Plata. Esa ciudad, eminentemente turística, que está mirando al mar
como Valencia y tiene delante, también como Valencia, un mediterráneo que es
un océano de aguas más frías que las nuestras. Sus calles son rectas y muy
largas. Sus casas y sus plazas no cumplen treinta lustros. Silvia y Carlos,
que así se llama el matrimonio son unos marplatenses con sus raíces en España y
han venido hasta aquí, como todos los argentinos nostálgicos, con el deseo de
conocer la tierra de sus abuelos. Allá que irán a Galicia, quizá les quede
algún pariente con quien abrazarse.
Silvia y Carlos quieren ver las ciudades de España.
Quieren entrar en todas sus catedrales, esas catedrales que guardan el
misterio del Medioevo que ellos desconocen. Quieren visitar los museos y
buscar los restos históricos para entender mejor el antiguo pasado que les
explicaron sus abuelos. Visitarán Sevilla, Córdoba y Granada. Irán a Portugal,
las rías bajas y Santiago, ¡cómo no ir a Santiago! Madrid será la meta del
viaje, atrás quedó Barcelona, ciudad cosmopolita en donde todo está muy caro
–me dicen sonriendo- y Valencia, donde nos hemos conocido por casualidad y
donde se quedarán sólo dos días. Todo les ha gustado. Yo estoy haciendo las
veces de guía turístico. Les hablo de los orígenes de la ciudad, de su cultura,
del pasado y presente. Les gusta escucharme y me confiesan que lo están pasando
muy bien con esta charla. Hablamos de la paella ¡cómo no! Hablamos de nuestra
playa, la que mira al Mediterráneo de verdad. La playa de arenas doradas que
ellos no podrán visitar por falta de tiempo. Están muy cansados además, me
dice Silvia -Allí ya tenemos playa. Cierto, esa playa que mira a oriente, como
la nuestra, pero con aguas más frías y que habla español con acento criollo.
Los dedos se desplazan por las
calles del mapa. Se calculan tiempos y distancias. Me preguntan cuándo se
desvió el río y por qué. Les cuento la tragedia. ¡Qué suerte tuvimos al
encontrarle a usted!, me dicen al final de nuestra charla. Esto es lo que a
nosotros nos gusta. Terminamos hablando de los tangos. Nos damos el correo para
seguir en contacto. –Y si vienen por allí, les estaremos esperando encantados.
Es la última frase, la que acompaña un beso en la mejilla y un fuerte apretón
de manos. ¡Buen viaje marplatenses!