Susana GisbertReconozco que nunca me ha gustado demasiado el café descafeinado. Tampoco la leche desnatada, los refrescos light, ni ninguna otra cosa a la que le quiten su esencia, salvo que sea por razones estrictas de salud, claro están.
Ahora, sin embargo, nos ha tocado bregar con una vida descafeinada, como me comentaba el otro día una buena amiga a la que pedí permiso para usar la idea. Y es que me pareció una manera tan exacta de describir lo que está pasando, que preferí pedírsela prestada en vez de romperme la cabeza en busca de sinónimos que no serían tan expresivos.
En su día, nos quitaron casi todo con el confinamiento, y creíamos que lo recuperaríamos, aunque fuera de manera gradual, tan pronto saliéramos de él. Pero nuestro gozo en un pozo. Y un pozo que, por cierto, parece no tener fin.
Hemos ido adaptándonos como hemos podido a la nueva normalidad, y aún estamos en ello. Creo que lo más difícil ha sido, y sigue siendo, resignarnos a que hay que resetearse. Nos guste o no, las cosas no pueden ser como fueron en una temporada.
Como decía mi amiga, volvemos a tener las cosas que formaron parte de nuestra vida, pero de modo descafeinado. No hay más que ver la entrega del premio Planeta, de la Princesa de Asturias o de los Jaume I para darse cuenta. Continúan, pero sin público, con mascarillas, y con el mínimo contacto posible. Otro tanto cabe decir de los festivales de cine que se han celebrado, desprovistos de una alfombra roja que era buena parte de su seña de identidad.
Lo mismo pasa con cualquier manifestación cultural, con eventos varios o con fiestas familiares. No están prohibidos, pero están restringidos. Es como tener que meter toda el agua de un océano en una botella para poder celebrarlos.
¿Vale la pena? ¿O sería mejor quedarnos paralizados hasta que el engranaje del mundo tal como lo conocíamos vuelva a girar con la palanca de una vacuna o un tratamiento?
Cada vez tengo más clara la respuesta. No podemos permitirnos el lujo de quedarnos parados, o nos arriesgamos a anquilosarnos para siempre. Hay que seguir adelante, aunque sea a medio gas. Hay que acostumbrarse al café descafeinado e incluso aprender a disfrutarlo. No nos queda otra.
Incluso podríamos tratar de encontrar alguna ventaja que nos sirva cuando vuelva la cafeína con toda su fuerza, que volverá.
El pozo tiene fondo, aunque a veces no podamos verlo.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia