Juan Vicente PérezUn debate que sigue latente ciento un año después de que un
joven pero sobradamente preparado José Ortega y Gasset, pronunciará su famosa
alocución en el Teatro de la Comedia de Madrid, provocando todo un revuelo en
una sociedad acostumbrada a lo políticamente correcto. Un debate que hoy se
reproduce ante el renacimiento de formaciones cuya mochila ideológica sufre el
desgaste de una fórmula decimonónica que ha sabido captar hábilmente la
atención de una sociedad inmersa en una grave crisis de valores, que lastran
ese espíritu republicano en el más amplio sentido del vocablo.
Un debate que saca a la luz demasiados interrogantes que
cuestionan el modelo de la Constitución del 78 que nos ha proporcionado los
años de mayor progreso y desarrollo de nuestra historia reciente. Y que también
pone en relevancia una peligrosa similitud histórica que describía Esperanza
Aguirre en un artículo de opinión al
respecto: “El paralelismo entre la situación que describe y critica Ortega y la
actual se acrecienta cuando pensamos que en 1914 la Constitución de 1876 tenía
38 años de vida y que la Constitución actual lleva 36 años vigente”. Y no es
ninguna tontería. La Historia es tozuda y vuelve a repetirse ante la
indiferencia intelectual de aquellos que jalean el populismo revolucionario.
Ortega desglosó un certero análisis de los graves problemas
que aquejaban a la sociedad de entonces, denunciando la grave crisis política
de la Restauración y que escenificaba en una paradójica crisis de los partidos
mayoritarios de entonces. Sus palabras resuenan contundentes al hablar de la
España real y la España vital : “Esa función de pequeñas renovaciones continuas
en el espíritu, en lo intelectual y moral de los partidos ha venido a faltar, y
privados de esa actividad (…) los partidos se han ido anquilosando,
petrificando, y, consecuentemente, han ido perdiendo toda intimidad con la
nación”. Y no sólo los Partidos, sino toda la arquitectura institucional, junto
con los Medios de Comunicación, protagonistas de esa España oficial, que vive
de espaldas a la España vital. De esto hace cien años, un Ortega con una visión
premonitoria, de rabiosa actualidad.
Pero aquí el axioma entra en crisis al tener que determinar
quien encarna la vieja o la nueva política. Vemos como las masas teledirigidas
del neocomunismo se erigen en los verdaderos valedores de un cambio de
paradigma, a lomos de un supuesto nuevo modelo y con una envoltura
perfectamente diseñada por los laboratorios sociales. Aún más entra en colisión,
el enhebrar ideológicamente un proyecto novedoso con retazos del marxismo más
rancio. Sus fórmulas devienen en fallidos resultados allí donde se han
aplicado, desmontando cualquier atisbo de euforia asamblearia. El Comunismo
fracasó como alternativa, y sus ansias expansionistas cayeron con el mismo Muro
que levantaron para mayor gloria del Totalitarismo ideológico. Por eso ahora no
pueden erigirse en abanderados de ningún cambio, salvo el que están provocando
en todo el espectro ideológico de la Izquierda.
No podemos caer en ese ancestral pesimismo por el que lo
vemos todo negro, que vamos a peor, que los males de nuestra nación no tienen
remedio. Y eso no es así. No puede ni debe ser así, y para ello haríamos bien
en seguir las recomendaciones de Ortega y así, entre todos, regenerar la vida
política. Debemos avanzar y fortalecer nuestra cultura política. Desarrollar y
mejorar nuestro modelo consagrado por la Constitución del 78. Si, son tiempos
de cambios, pero no de revoluciones. Solo la estabilidad, la serenidad y la
responsabilidad pueden ayudarnos ante los difíciles retos que se nos avecinan.
Nosotros apostamos por la nueva Política, otros como lobos con piel de cordero
siguen en la vieja política.
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